Revolución Industrial





Una revolución no es solamente un movimiento armado, sino también un cambio de trascendencia en cualquier aspecto. Se le llamó Revolución Industrial a una época iniciada en Inglaterra, en el siglo XVIII, en la que se realizaron numerosos descubrimientos científicos e inventos técnicos, con los que se crearon nuevos métodos de producción, que transformaron al mundo y aceleraron el ritmo de la historia.

La competencia es un factor determinante del progreso, ya que impulsa a los seres humanos a luchar y superarse. Los industriales de la Inglaterra de aquellos tiempos competían con los productores de las entonces llamadas Indias Orientales, que fabricaban artículos de calidad y vendían a otros países a muy bajos precios, porque sus obreros poseían gran habilidad manual y recibían salarios muy inferiores a los de sus colegas británicos. Esta difícil competencia, por tanto, los obligó a solicitar la ayuda de técnicos y científicos para que crearan máquinas y procedimientos que les permitiera producir a menor costo.

En 1733, John Kay inventó la lanzadera volante, con la que podían fabricarse telas de algodón de diferentes anchos. Cinco años más tarde, John Wyatt y Lewis Paul, construyeron una hiladora que sustituyó a la rueca y al torno, pero no recibieron el apoyo para introducirla en las fábricas textiles. En 1767, John Hargreaves inventó una máquina que llamó spinning-jenny, con la que un solo obrero podía manejar hasta 120 hilos a la vez.

Algún tiempo después, Thomas Highs inventó una máquina de tejer, la water-frame. En 1774, Samuel Crompton, combinando ciertos elementos de la spinning-jenny y la water-frame, hizo la mule-jenny, que producía un hilo sumamente fino. Por la misma época, Richard Arwright construyó una máquina que facilitaba y aceleraba el proceso de hilado del algodón. En 1785, Edmund Cartwright diseño un sistema mecánico que sincronizaba los cuatro elementos del telar y una máquina de vapor lo ponía en movimiento. Con este sistema, dos telares podían ser manejados por un solo operario. A partir de entonces, dejaron de importarse de la India las telas de algodón.

Al principio, las nuevas máquinas se fabricaban de madera, porque el hierro era muy caro. Este problema fue resuelto por varios ingenieros metalúrgicos, a saber, Abraham II Durby, quien en 1735 logró fundir el metal sin emplear carbón vegetal, que era muy escaso en Inglaterra; entre 1740 y 1766, Huntsmann y Cranage perfeccionaron los altos hornos; y, en 1784, Peter Onions y Henry Cort, lograron hacer más eficiente la producción del acero. Con estos adelantos metalúrgicos, se inició una nueva época en el proceso de la Revolución Industrial.

Los industriales más prósperos y famosos fueron Richard Arwright, apodado el “rey del algodón”, quien fundó muchas fábricas textiles; John Wilkinson, llamado el “rey del hierro”, propietario de minas de hulla y de hierro, fundiciones y muelles en el Támesis, que construyó los primeros puentes de hierro y tuvo la idea de hacer barcos de este material; y Mathew Boulton, dueño de una célebre fábrica de máquinas.

Estos impresionantes adelantos no habrían sido posibles sin la máquina de vapor, en la que se utilizaba el vapor como fuerza motriz, inventada por el escocés James Watt, quien perfeccionó la diseñada por Thomas Newcomen, en 1712. En 1775, Matthew Boulton se asoció con Watt para fabricar sus máquinas y, en 1785, el inventor creó la máquina llamada de doble efecto, en la que el vapor actuaba alternativamente sobre ambos lados del émbolo y, así, se provocaba un movimiento de vaivén con fuerza motriz, tanto al ir como al volver al pistón. Esta nueva máquina de Watt pudo ser aplicada a todo tipo de industrias.

Las máquinas antiguas eran movidas por energía hidráulica, por lo que las fábricas sólo podían instalarse a orillas de los ríos o cerca de saltos de agua. En cambio, una máquina de vapor funcionaba en cualquier sitio y lo más conveniente era instalarla en las poblaciones. Fue así como surgieron las grandes ciudades industriales, que provocaron cambios sociales, políticos y culturales de enorme trascendencia. Al campo también llegó el progreso industrial, pero sólo los terratenientes tenían recursos para adquirir las eficientes máquinas y establecer en sus tierras los nuevos procedimientos técnicos, en tanto que los miles de campesinos y ganaderos pobres se vieron obligados a emplearse como obreros en las fábricas citadinas. Tuvieron que abandonar a sus familias, se desarraigaron de sus lugares de origen y cambiaron sus costumbres, pero su situación económica, lejos de mejorar, empeoró notablemente.

Las máquinas funcionaban con carbón, que debería ser transportado desde las minas, y las mercancías se llevaban a vender a sitios lejanos, por lo que fue necesario mejorar las vías de comunicación fluviales, marítimas y terrestres. A finales del siglo XVIII, la red de carreteras inglesas ya era muy extensa y, en 1815, el ingeniero escocés John Mc Adam construyó la primera carretera de adoquines. Pero esto no bastó, ya que los vehículos, como la diligencia, no eran adecuados para transportar objetos tan pesados como el carbón, las materias primas, los productos terminados. Entonces, y gracias a la obra de James Watt, hicieron su aparición otros dos grandes inventores, George Stephenson, creador del ferrocarril, y Robert Fulton, pionero de la navegación a vapor.

La Revolución Industrial gestada en el siglo XVIII, alcanzó su máximo desarrollo al siguiente siglo. Inglaterra se convirtió en la primera potencia económica e industrial del mundo, sus mercancías se vendieron por todo el planeta y las riquezas inundaron la nación. Sin embargo, sólo unos pocos se beneficiaron de tan sorprendente progreso y para muchísimos, en cambio, esta época de bonanza fue una terrible desgracia.

Los obreros, que componían las tropas del ejército de la Revolución Industrial, eran tratados como esclavos. Trabajaban alrededor de catorce horas diarias, sin un día de descanso a la semana, en locales insalubres, donde no se observaban las más elementales reglas de seguridad. La mayoría de ellos moría antes de cumplir cuarenta años.

Los patrones empleaban a niños desde cinco años de edad, y no les pagaban salario, sólo les daban una limitada ración de alimento y un alojamiento miserable. Además, los capataces les pegaban y los insultaban constantemente.

A pesar de su lado negativo, la Revolución Industrial marcó el inicio de una nueva era, no sólo en Inglaterra, sino en el mundo entero. Desde entonces, los inventos y los descubrimientos científicos van en constante aumento y, a la fecha, han alcanzado una celeridad asombrosa.


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