Astrid Lindgren-Pipa llega a su casita de campo




Había una vez en un pueblecito de Suecia un huerto hermoso, y en el fondo se alzaba una casita de campo. Era la casa de Pipa Mediaslargas.

Pipa no tenía ni padre ni madre, pero no crean que siempre fue así. Hubo un tiempo en que Pipa tenía un padre al que quería mucho. También, naturalmente, había tenido una madre que murió cuando Pipa era muy chiquita. Ahora la niña pensaba que su madre estaba allá arriba, en un lugar del cielo. Por eso Pipa miraba hacia arriba de cuando en cuando para saludar a su madre, y le decía:
  • No te preocupes por mí, yo sé cuidarme solita.
El padre de Pipa había sido un capitán de barco y ella había recorrido con él todos los mares. Pero sucedió un día que en uno de esos viajes los cogió una tempestad y el padre de Pipa cayó al agua y desapareció. La niña estaba segura que su padre, a fuerza de nado, había llegado a una isla desconocida donde había caníbales a montones, los cuales lo habían nombrado rey.
  • Mi padre anda todo el día con una corona de oro en la cabeza – decía Pipa -. Y con seguridad está construyendo un barco para venir por mí, y entonces, naturalmente, seré la princesa de los caníbales.
Pipa no vivía sola en su casita de campo; la acompañaba el señor Nilson, que era un monito que le había regalado su padre; ella lo recogió del barco junto con una maleta llena de monedas de oro cuando volvió a tierra. Pipa era una niña muy, muy fuerte, más fuerte que el más fuerte policía del mundo; con decirles que cuando quería podía levantar un caballo, está dicho todo. Y a veces quería.

Un día Pipa abrió su maleta de monedas de oro, tomó una y se compró un caballo. ¡Un caballo para ella sola! Lo amarró de uno de los pilares del corredor de su casa, y cuando necesitaba el corredor para otra cosa, levantaba el caballo y lo sacaba al huerto.

Pipa tenía dos vecinitos que se llamaban Tomás y Anita. Además de guapos eran buenos, educados y obedientes. Nunca se mordían las uñas y andaban limpios y bien planchados. Los dos hermanitos jugaban siempre juntos, pero deseaban tener un compañerito de juegos. Por eso cuando llegó Pipa, fue una novedad para Tomás y Anita. Y fue una novedad verdaderamente grande porque ellos nunca habían siquiera soñado que pudiera existir una niña como Pipa.

Porque… ¿No les he contado cómo era Pipa? Pues verán: tenía el cabello color zanahoria recogido en dos trenzas levantadas, como palos. Su nariz parecía una papita llena de pecas. Su boca era grande y tenía unos dientes blancos, blancos. Su vestido era único. Ella se lo había confeccionado con una tela que había sido azul, pero como no le alcanzó, le añadió aquí y allá trazos rojos. En sus piernas, largas y delgadas, llevaba unas medias también largas, una de color negro y otra de color café. Traía siempre unos zapatotes donde sus pies nadaban. Su padre se los había comprado en América del Sur, y Pipa no quería usar otros. Para colmo, siempre llevaba a su monito en un hombro, eso sí, muy bien vestido con pantalones, chaqueta y un sombrero de paja.

Ese día Tomás y Anita estaban frente a su casa cuando Pipa salió de la suya y caminó por la banqueta con un pie en el borde y el otro abajo. Tomás y Anita la siguieron con la vista hasta que desapareció. Pero luego volvió, ahora caminando de espaldas: no había querido tomarse la molestia de dar media vuelta para regresar. Al llegar ante la casa de Tomás y Anita se detuvo. Tomás le preguntó por qué andaba de espaldas.
  • ¿Qué por qué ando de espaldas? Estamos en un país libre, ¿No? Pues entonces puedo andar como me dé la gana. Yo he recorrido todo el mundo y he visto cosas mucho más importantes que andar de espaldas. No sé qué habrías dicho si me hubieras visto andar con las manos, que es como anda toda la gente de Indochina.
  • ¡Eso no es verdad! – exclamó Tomás.
  • Tienes razón. Te he dicho una mentirota del tamaño de una casa -, dijo tristemente Pipa. Pero no se puede pedir a una niña cuya madre es un ángel y cuyo padre es el rey de los caníbales que diga siempre la verdad, ¿No les parece? Y a propósito, en el Congo Belga no hay una sola persona que diga la verdad. Allí la gente se pasa el día entero, de la mañana a la noche, diciendo mentiras, y nadie se escandaliza. Por eso de vez en cuando digo alguna mentira. Pero podemos ser amigos a pesar de todo, ¿Verdad?
  • ¡Claro que sí! – dijo Tomás comprendiendo de pronto que aquel día no sería como todos, que iba a ser un día especial.
Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).

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