Historia de 6 horas en un W.C




Este intento de cuento o relato lo escribí hace 11 años, no es una excelencia, pero creo que es disfrutable, cortito y sencillito, y aquí se los comparto en el blog.

WC, un lugar en el que se puede hacer mucho más que unas simples necesidades humanas, se puede ver demasiadas cosas que un ojo humano analítico puede descifrar y percatarse para poder obtener mucho más que información de distinta gente, en fin, un lugar que te puede ayudar a iniciar y establecer relaciones con otros individuos, y es precisamente, en un baño público donde va a tomar lugar esta historia.

Horacio Teporacio es un hombre de la edad jovén que se encuentra buscando que va a hacer en su vida en un tiempo posterior, y en uno de esos días de su intrascendente vida decide pagar la cantidad de 2 pesos por entrar a un lugar donde las personas pagan esa cantidad para desahogar funcionales vitales del organismo, y todo con el objetivo de hacer lo que la gente popularmente llama hacer del dos, y siendo este un WC de cierto edificio denominado central camionera, pues sin duda da la referencia de una agradable experiencia (sobre todo con la concentración de olores y mala higiene que se almacenan en un punto exacto que hacen del ambiente un clima no tan propio para el desarrollo de vida.)

Pues ya, una vez que Horacio Teporacio otorga esos 2 pesos a la persona que se encarga de vigilar el acceso al baño público, decide emprender el camino hacia el cubículo que con ansias espera cumplir satisfactoriamente su servicio de ser un lugar privado donde una persona pueda tranquilamente cumplir con lo que el cuerpo manda, total, el chiste es que va al primer inodoro que esta desocupado y sin pensarlo, toma lugar sin analizar si estaba limpio o no (y la verdad, cuando la necesidad ataca, no importa lo demás mientras se cumpla lo que se tenga que hacer) y ¡oh! Sorpresa, una persona no tuvo la decencia de limpiar sus gracias y Horacio Teporacio tuvo que pagar las consecuencias de ese acto, para lo cual emite un sonido de ya ni modo (pues ya que puede quedar por hacer en una situación así).

Asimilado el hecho de empezar mal la obra del día (con eso que se embarro por culpa de otra gente egoísta que no piensa en los demás), pues se quita la pena sacando de uno de sus bolsillos una revista muy recomendada para cuando uno tiene que matar el tiempo en el acto de expulsar los desechos que el organismo ya no necesita, y la leyó, y la leyó, y la leyó y pues no salió nada, ¿Entonces que fue lo que paso?, Pues lo que pasó fue que el Sr. Horacio Teporacio no contaba con que él se encuentra estreñido, por lo que esto se ve que va para mucho tiempo.

Cansado de los múltiples esfuerzos por lograr obtener un resultado, Horacio Teporacio se prepara física y mentalmente a asimilar el hecho de que la mayor parte de este día se va a ir con él sentado en el también llamado “trono”. Para eso, trata de gastar el tiempo en leer todos los “sabios” mensajes que las personas han ido dejando en las paredes y puertas del cuarto donde el se encuentra hospedado, mensajes que se han ido guardando con el paso del tiempo y que solo una parte de la humanidad se ha “cultivado” con esas majestuosas muestras de una “gran inteligencia”.

Corría y corría el tiempo y Horacio de plano, no quería salir porque sabía que tarde o temprano él podría cumplir su misión del día. Y ya pasada la lectura de esos recados de suma relevancia (que fue triple por cierto la lectura), no sabe que hacer y no hay nada mejor que hacer que volver a leer la revista que él trajo consigo para no pasar el rato aburrido.

Siguió leyendo, y leyendo y de plano no se podía, por lo que ya agotado ese recurso, apela por otro más, mirar su reloj, y se da cuenta que ha pasado más de una hora, eso hace que se le bajen los ánimos, se desespere y se ponga a decir maldiciones y groserías al por mayor (más que un borracho cuando ya no le alcanza para el aguardiente), y en una de esas, una persona decide entablar diálogo con esta persona para que le bajara al volumen de los decibeles, que ya provocaba pánico entre las personas del público debido a ciertas leyendas urbanas que proliferan por ahí (pero eso de las leyendas urbanas relacionadas con un WC público, será para otra ocasión).

Con el aviso del regaño, Horacio dialoga con el compañero de a lado y comienzan a presentarse, dándose sus nombres, donde viven, en que trabajan, cuales son sus gustos, que los traía por ahí, que gustaban hacer de su vida, y se extendió la conversación de tal forma que eso ya parecía plática de borrachera, por lo que muchos (y no faltan) empezaron a lanzar enunciados clásicos de “no cuenten sus intimidades en público”, “váyanse a chismear a otro lado”, palabras que ni escucharon aquellos que siguieron en sus ondas.

Ya pasadas como 2 horas y media, Horacio se despedía de la persona de a lado que tuvo la amabilidad de hablar con él en estos tiempos difíciles, y comenzaban de nuevo los problemas de Horacio que en cierta forma ya empezaba a sentir el WC Público como si fuera su casa, ya que todavía no lograba resolver su asunto y no tenía con quién ahora entablar una charla.

Fue así que se quedó pensante, y fue reflexionando acerca de los grandes males del planeta y de cómo podría cambiarlo, pero en eso empieza a percibir un olor no identificado por el olfato humano y exclama un profundo fuchila que hace que el vecino de a lado termine disculpándose, y como buena persona ya intoxicada con sustancias que no son benéficas, empieza una conversación que al principio el receptor como que lo veía de forma indiferente, en el tono de: sí, di lo que quieras, pero poco a poco que fue entrándole al tema, es así como se van conociendo y diciendo todo lo que en otro momento y circunstancias no son capaces de revelar a la luz pública, y como buenas comadres (sin ofender a las señoras que si actúan como comadres), los chismes y el intercambio de palabras fluyen a la velocidad de la luz; y le otorga el ya récord a Horacio de soportar 5 horas en ese lugar (¡Que aguante!), pero lo mejor esta por venir (Según parece).

Dicho y hecho, la persona de a lado que también se digno hablar con el desamparado de Horacio, se tiene que despedir y le desea un buen día y que ojalá pronto su problema de estreñimiento se resuelva.

Horacio, ya harto, aprieta, aprieta, se pone morado, se esfuerza y después de cómo mucho, pero mucho, pero muchísimo tiempo, ¡por fin!, como una estadística digna de la historia, Horacio Teporacio logra vencer el estigma y logra lo que en un principio debió hacer como una persona común y corriente en no más de media hora, no en 6 horas. Realizado ese trámite, le cambia la cara y ve de nuevo la vida como algo máximo, como algo único, y feliz del todo, ve para los lados para ver donde esta el rollo del papel, y como en toda tragedia de la vida real, no había un condenado rollo de papel higiénico de la marca que sea (el chiste es que limpie lo que deba limpiar), lo cual desencadena otra serie de maldiciones al por mayor, y pide de la forma más amable que alguien le traiga tan siquiera mínimo una hoja de papel de ese tipo.


 Después de derramar bilis en cantidad excesiva, una persona de buena voluntad se dio la molestia de cumplir su petición, dando con ello una profunda respuesta de gracias. Ya resuelto todo este conflicto,  se va lo más rápido que puede, se olvida de limpiarse de las manos y sale del baño en menos de lo que canta un gallo. Sale de la terminal exclamando su felicidad de respirar un aire más puro, y en eso, durante su camino de regreso a casa, hay un problema, hay necesidad de volver a ir al WC, el llamado a “hacer del uno” y la perdida de la cartera no puede esperar más... ¿FIN?


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