Publio Ovidio Nasón




(43 A.C – 18 D.C).

Nació en Sulmone, el 20 de Marzo del año 43 A.C. Era hijo de una familia noble, y lo educaron en Roma, donde frecuentó las escuelas de los maestros más notables. A pesar de sentir inclinación irresistible hacia la poesía, el deseo de complacer a su padre lo hizo estudiar leyes, prometiendo renunciar a lo que constituía su modo normal de expresión, “… pero las palabras venían a plegarse por sí mismas a la medida, y resultaban versos todo lo que escribía”, dice el poeta. 

Su padre no aceptó de buena gana una vocación tan imperiosa, más Ovidio, a pesar de todo, siguió siendo poeta, y le pidió perdón en el lenguaje de las musas, al mismo tiempo que le prometía no volver a hacer versos.

Hasta los dieciséis años, tuvo como maestros a Plocio Gripo, el más hábil gramático de su época, según Quintilliano, a Arelio Fusco que le enseñó retórica, y a Parcio Latrón, de quien aprendió Lógica. Pero ninguno de sus maestros pudo enseñarle a encauzar su felicidad natural. Los retóricos lo acostumbraron a presentar las ideas de la forma más ingeniosa, amplificándolos con los símiles, así como a cuidar el estilo.

Visitó Atenas para perfeccionarse en las bellas artes y el estudio de la filosofía. De regreso a Roma, desempeñó varios cargos públicos, pero no quiso admitir la dignidad senatorial, por temor a no desempeñarla bien, pues “no tenía ambición alguna y no escuchaba más voces que las de las Musas, que me aconsejaban la dulce ociosidad”. Paseaba bajo los pórticos de Livio o por la Vía Apia, asistía a las carreras, a los jueces del circo y a las representaciones de comedias y pantominas, y frecuentaban los salones de las damas y los festines de los grandes señores, para lucir su hermosa toga y recitar sus bellos versos.

Tres veces contrajo matrimonio. Repudió a sus dos primeras esposas; a una por haberlo abandonado huyendo a las Galias con un procónsul, y a la otra, por no poder resistir su mal genio. La tercera le fue fiel hasta la muerte, pero a pesar de hablar siempre de ella con afecto y respeto, Ovidio siguió entregándose a placeres más o menos fáciles dejándose querer por las mujeres a quienes entusiasmaba sus versos eróticos.

La obra poética de este autor alcanzó enorme resonancia con el Arte de Amar, que tuvo un éxito clamoroso en Roma. La gente no se contentaba con leerlo, sino que la obra fue objeto de representaciones mímicas, en las que se declamaban los pasajes más interesantes. Cómo la gente seria encontró demasiada atrevida esta obra, Ovidio comprendió que era necesario contestar a los reproches que se le hacían, empezando, entonces, a preparar ‘Las Metamorfosis’ y ‘Los Fastos’.

En aquella época la situación de Ovidio era envidiable. Vivía regodeado de su esposa e hija y de una corte de amigos y admiradores; era rico, y la mejor sociedad de Roma lo buscaba y adulaba. Pero inesperadamente, y sin revelar los motivos que para ello tuvo, el emperador Augusto lo desterró a la urbs Tomi, en el Ponto Euxino, en el último extremo del Imperio, tierra de bárbaros, país inculto y cubierto de nieves.

La noche del 19 de Noviembre del año 8 de la Era Cristiana salió para siempre de su casa, para seguir a la guardia del emperador encargada de acompañarlo al destierro. La proscripción del poeta no se debió a acuerdo del Senado ni a sentencia del tribunal alguno, sino a un simple edicto imperial, atenuada ésta por no llevar consigo ni confiscación de bienes ni pérdida de derechos civiles. Sus obras, empero, fueron retiradas de tres bibliotecas públicas de Roma.

Jamás se ha conocido la verdadera razón del destierro de Ovidio, que él atribuyó a dos causas: a la publicación del ‘Arte de Amar’, y a un “error” o falta recién cometida, sobre la que siempre guardó silencio. Ovidio afirma que jamás quebrantó la ley, y niega terminantemente haber tomado parte en intrigas o conspiraciones, diciendo que su falta fue un error y un impremeditado acto de locura; que fue algo que vio; por ello, cabe inferir que fue testigo de un acto culpable cometido por otro u otros, que debía tocar muy de cerca al emperador por el hecho en sí o por las personas que lo cometieron. En una carta a un amigo afirma que si hubiera confiado el secreto que lo perdió, habría escapado a toda condena.

Es digno de atención que el destierro de Ovidio coincidió con un escándalo que afectaba a la familia Imperial: la seducción de Julia, la joven nieta de Augusto, por el cónsul Décimo Julio Silano. Se ha supuesto que a estos amores se refería Ovidio al hablar de su error, de lo que vio, de lo que fue testigo.

En su destierro, Ovidio buscó consuelo en el culto a las Musas, con la que prosiguió su obra poética, a pesar de que la tristeza que le causó el exilio lo hiciera perder la inspiración de sus años juveniles.

Hacia el año 17 ó 18 de la Era Cristiana murió en Tomi, olvidado por sus amigos, pero teniendo a sí a su fiel esposa, el poeta que puede ser considerado como el más brillante representante en Roma del Alejandrinismo.



Fuente: Ovidio – El arte de amar, Ed. Tomo.

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