Ernest Schakleton




La de Ernest Schakleton probablemente sea la historia más fascinante e increíble de las acaecidas durante la Edad Heroica en la lucha por la conquista de la Antártida. Junto a su tripulación, tuvo que superar las más adversas situaciones luchando contra la naturaleza. Demostró su capacidad de liderazgo, su coraje, su perseverancia y su fe. La vida de este explorador de los hielos se ha convertido en una auténtica leyenda.

Aquella mañana de 13 de enero de 1914, el anuncio publicado en el periódico comenzó a correr como la pólvora. Todo Londres hablaba de él y comentaba su osadía, o tal vez locura. “Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Sir Ernest Schakleton que por entonces ya gozaba de popularidad como explorador. Hacia así pública su decisión de partir de nuevo hacia el continente blanco, la Antártida, con la intención de atravesarlo a pie, por primera vez, desde el mar de Wedell hasta el de Ross, pasando por el Polo Sur. Una travesía de 3,300 km. Y mediante aquel reclamo en el diario pretendía reclutar a su tripulación. Corrían tiempos de guerra. En Europa aumentaban las tensiones entre naciones y todo apuntaba a que Gran Bretaña. Tarde o temprano, acabaría entrando en la Primera Guerra Mundial. Pero, además, desde principios de siglo había otra lucha en marcha: la batalla por la conquista de los Polos.

En Agosto, días antes de que estallara el conflicto bélico, el explorador, con una tripulación de 22 hombres y 68 perros, zarpó a bordo del Endurance. Sin embargo, la expedición sería un fracaso. Los aventureros ni siquiera llegaron a pisar el continente que pretendían atravesar. A sólo 160 km. del punto de destino, el barco quedó atrapado entre los entre los hielos del mar de Wedell. Once meses después, destrozado por la presión, acabo hundiéndose. Sus 28 hombres terminaron en tres pequeñas barcas sobre un iceberg a la deriva. A partir de ese momento comenzó la verdadera aventura, de resistencia frente a la adversidad y de supervivencia. Con ella concluiría una etapa de la historia, la de la Edad Heroica de las expediciones polares.

Como tantos hombres a comienzos del siglo XX, Ernest Schakleton soñaba con pasar a la historia como la primera persona en pisar el misterioso continente blanco. Por eso, y a pesar de los deseos de su padre, que pretendía que estudiara medicina, se enroló con sólo 16 años en el Hoghton Tower, un barco mercante de la Compañía Noroccidental de Liverpool. Poco podía imaginar Ernest que aquella primera experiencia pasaría a engrosar el nutrido folclore marino y presagiaría la vida que le esperaba. El Hoghton Tower partió hacia Valparaíso, en Chile. Para cuando alcanzó el Cabo de Hornos era pleno invierno, por lo que tuvo que enfrentarse a terribles tormentas durante casi dos meses, hasta que finalmente consiguió rodear aquella zona de los confines del mundo. Aquella primera dura travesía, lejos de amedrentar a Schakleton y hacerle desistir de su idea de recorrer los mares, fue el germen que años más tarde lo llevaría a lanzarse a la aventura de la conquista del Sur. “Fue un sueño. Parecía revelarme que algún día yo iría a la región del hielo y de la nieve y continuaría sin descanso hasta que llegase a uno de los Polos de la Tierra, al final del eje sobre el cual gira esta gran esfera”, le contaría a un periodista años después en una entrevista sobre su primer viaje. Pero para que ese sueño se hiciera realidad habrían de pasar casi 15 años, y mientras tanto participaría en numerosas travesías comerciales hacia Asia Oriental y América. Acumuló tantos conocimientos sobre el mar, que en 1898, con sólo 24 años, fue ascendido a capitán.

En el verano del año anterior, de regreso tras un viaje a Japón, se enamoró de Emily Dorman, una joven alta de cabello oscuro. En aquella época Ernest tripulaba los barcos de la Línea de la Unión Castle, la elite del servicio mercante, naves inmaculadas que se usaban para transportar el correo entre Inglaterra y Sudáfrica. Sin embargo, aquella tranquilidad y monotonía en su vida pronto tocarían a su fin. En 1900, mientras estaba de permiso en Londres visitando a Emily, le llegó su oportunidad. El capitán Robert Falcon Scott estaba organizando la Expedición Nacional Antártica. Schakleton le escribió en cuanto lo supo y, cuatro días más tarde, se presentó en persona para hablar con los oficiales de la expedición. Quería ir al Polo Sur y no cejaría en su empeño.

La fortuna, además, parecía estar de su lado. Algunos meses antes había conocido a Cedric Longstaff, un teniente del Regimiento de East Surrey, cuyo padre, Llew Illyn, resultó ser el principal benefactor de la Expedición Nacional Antártica. Schakleton persuadió a éste para que los presentara y, finalmente, consiguió partir junto a Scott en la histórica expedición del Discovery. La aventura terminaría para él a mitad de viaje: contrajo el escorbuto y cayó gravemente enfermo. Scott temió por su vida y decidió mandarlo de vuelta en otro barco, el Morning. Así pues, en Junio de 1903 Schakleton llegaba a Inglaterra. A tiempo de toparse con el escándalo que había estallado tras la decisión de Scott de desobedecer las órdenes del almirantazgo británico. Bajo ninguna circunstancia le estaba permitido quedarse un segundo invierno en la Antártida, ante el riesgo de que el Discovery se helara y terminase hecho trizas por la presión. Y ésa era justamente la intención de Scott: no moverse del continente austral hasta completar su misión.

El Almirantazgo le ofreció a Schakleton capitanear el Terra Novay, junto al Morning, traer de vuelta a Scott y sus hombres, pero Ernest declinó la oferta: Emily había accedido a casarse con él. Justo una semana antes de la boda, el Discovery regresaba a Nueva Zelanda sin haber logrado su objetivo. Aquél era, sin duda, el mejor regalo que podían hacerle a Schakleton, que mientras avanzaba hacia el altar se sabía uno de los hombres que más lejos había llegado hasta el momento en la conquista del Polo Sur.

Meses después Emily dio luz al primero de los tres hijos que tendría la pareja. Pasaban penurias económicas y a Schakleton no dejaba de rondarle por la cabeza la idea del Polo Sur. Con la determinación de alcanzarlo, a principios de 1907 encaminó sus pasos hacia la Real Sociedad Geográfica, en Londres, para solicitar su apoyo y el patrocinio del Rey. Lo que no sabía este capitán inglés es que en aquella misma estancia se encontraban los noruegos Roald Amundsen y Fridtjof Nansen, quienes se adelantarían en sus planes de llegar al corazón del continente austral.

El éxito de una expedición de la naturaleza que propongo depende en buena medida de la tripulación. Los hombres escogidos deben estar cualificados para el trabajo y encontrarse especialmente preparados para afrontar las extremas condiciones polares. Han de poder convivir en armonía durante un largo periodo de tiempo, sin comunicación alguna con el exterior. Me gustaría recordar que aquellos hombres cuyos deseos los han conducido por los caminos que ningún ser humano había antes hallado han estado provistos de una marcada individualidad, exponía a Schakleton en el Geographical Journal de Marzo de 1907. En aquel mismo artículo desgranaba su objetivo: alcanzar el Polo Sur geográfico y el Polo Sur magnético, para lo cual en el viaje le acompañarían tres geólogos, David, Mawson y Priestley.

Con el apoyo del industrial Beardmore y de la Real Sociedad Geográfica. Schakleton partió en Julio a bordo del Nimrod. En enero de 1908 alcanzaba el mar de Rossy se convertía en el primer barco en conseguir tal hazaña sin quedar aprisionado en el hielo. Pero la euforia que hasta aquel momento los había acompañado se esfumó al llegar a bahía de las Ballenas. La gruesa capa de hielo y los peligrosos y gigantescos icebergs a la deriva les detuvieron y les cortaron el paso hacia tierra firme. La situación comenzó a ir de mal en peor: Las reservas de carbón menguaban, el estado del barco era cada vez más lamentable, aquejado de goteras y grietas en las tuberías. Tenían que tomar tierra firme como fuese o corrían el riesgo de que el hielo los engulliera. Entonces Schakleton decidió emprender el rumbo hacia el oeste, hacía la bahía de Mc Murdo Sound.

Se establecieron en el cabo Royd, donde esperaron a que pasara el invierno austral y mejoraran las condiciones atmosféricas. Descargaron el material y montaron una cabaña que habían transportado desde Inglaterra por piezas. Con la llegada de la primavera la expedición se puso en marcha. Schakleton, Adams, Marshall y Wild se dirigían hacia el Polo Sur en un viaje de 1700 millas, mientras que David, Mawson y Mackay, en un recorrido de 1260, tratarían de alcanzar el Polo Sur magnético. Los equipos correrían suertes muy distintas.

En Septiembre, la expedición liderada por David, sin experiencia en exploraciones polares, partió hacia el Polo Sur magnético y alcanzó su objetivo en Enero. Los hombres plantaron la bandera inglesa y se hicieron una foto para inmortalizar el momento. Había recorrido aquel par de miles de kilómetros sin la ayuda de tracción animal en el sitio más frío del planeta. Al equipo de Schakleton, en cambio, más experimentado, las cosas no le fueron tan bien. Partió del cabo Royd un mes más tarde que el de David. La escasa visibilidad dificultaba el avance, y además los hombres debían ir sorteando las grietas que se abrían repentinamente en el hielo. Tras 29 días sobrepasaron el punto más meridional alcanzado por la expedición del Discovery de Robert Scott seis años antes, y llegaron a una impresionante ruta de acceso a la meseta antártica, una larga y suave pendiente de hielo de 200 km. de longitud, a la que llamaron glaciar Beardmore, en honor al industrial que había sufragado la expedición.

Un mes después aún les quedaban por delante 205 millas hasta el Polo sur y estaban débiles, hambrientos y con las extremidades al borde de la congelación, por lo que en enero de 1909 decidieron emprender el camino de regreso. “He pensado que preferirías un burro vivo a un león muerto”, le diría Schakleton en una carta a su mujer. Antes abandonaron el trineo, la tienda y la comida, y sólo se llevaron consigo la bandera inglesa, una cámara, gafas, una brújula y una caja de cobre con sellos y documentos para registrar el punto más lejano al sur alcanzado por el ser humano, 88° 23’ de latitud sur y 162° de longitud, a solo 97 millas de distancia del Polo.

Desde el punto de vista sentimental, es el último gran viaje polar que puede emprenderse. Será un viaje más importante que ir al Polo, y creo que corresponde a la nación británica llevarlo a cabo, pues nos han derrotado en la conquista del Polo Norte y del Polo Sur. Queda el viaje más largo e impresionante de todos: la travesía del continente”, escribió Schakleton, que consideraba que recorrer la Antártida a través del Polo, aparte del valor histórico de la gesta, sería de suma importancia para la ciencia. Tendrían que atravesar unas 1800 millas, 3300 km., la primera parte de los cuales, desde el mar de Wedell al Polo, transcurriría por territorios inexplorados. Ernest pretendía que un equipo formado por glaciólogos y geólogos estudiaran las formaciones del hielo y las montañas de la Tierra Victoria y realizaran observaciones magnéticas.

Los preparativos del viaje comenzaron a mediados de 1913, aunque no se hizo público hasta pasado medio año, cuando Schakleton insertó su anuncio en el periódico. Días después había recibido más de 5000 solicitudes, a partir de las cuales escogió tan sólo 27 hombres para que lo acompañaran en aquella misión. Consciente de la repercusión que había tenido la documentación gráfica de anteriores exploraciones antárticas, fundó la compañía Trans Antartic Film Sindicate Ltd., con cuyos derechos pretendía financiar en parte su expedición. Ernest se puso en contacto con el fotógrafo australiano Frank Hurley. Que había participado con anterioridad en una expedición a la Antártida dirigida por el explorador australiano Douglas Mawson, y lo contrató para que documentara el viaje.

Y en Agosto de 1914. Justo el día en que estalló la Primera Guerra Mundial, el Endurance, la nave comandada por Schakleton, zarpó del puerto inglés de Plymouth, viajó hasta Buenos Aires y de allí hasta la costa de la isla de Georgia del sur, donde tuvo que detenerse durante un mes a causa del mal tiempo. En Diciembre llegaba la hora de partir de nuevo. Schakleton ordenó levar anclas y el Endurance puso rumbo sureste. Avanzaba con suma lentitud, debido a que tenía que sortear cuantiosos bloques de hielo que en ocasiones le impedían el paso y le obligaban a variar la ruta.

A principios de 1915 arribaron a la Tierra de Coats, que no era otra cosa que enormes acantilados de hasta 20 metros de altura cubiertos de hielo, lo que hacía imposible el desembarco. A medida que siguieron acercándose a su destino, el hielo se fue haciendo cada vez más denso y espeso, hasta que en pocas semanas el Endurance quedó completamente aprisionado en una placa de hielo sobre el mar de Wedell y comenzó a vagar a la deriva en esa masa helada. Lo peor estaba por llegar. Los expedicionarios tuvieron que enfrentarse a las condiciones extremas del invierno austral y, en primavera, las aguas libres formaron grandes crestas de presión en el hielo de hasta cuatro metros de altura que empezaron a amenazar el navío y a estrujarlo. En Octubre, ante la evidencia del desastre. Schakleton ordenó a su tripulación que desembarcara. Poco después, el mar engullió por completo la nave, tras 281 días atrapada en el hielo.

Los 28 hombres establecieron un campamento a media milla del naufragio del Endurance. Lo llamaron Campamento Océano. Algunos días después reanudaron la marcha en un nuevo intento frustrado, porque el hielo estaba demasiado blando e imposibilitaba el avance. Tuvieron que acampar hasta que, al cabo de dos meses, se encaminaron sobre la banquisa a la isla de Paulet, a 346 millas de distancia. Arrastraban consigo los tres botes que lograron salvar del naufragio, por lo que la travesía fue muy lenta. Fue entonces cuando a Schakleton se le ocurrió situarse sobre una gran masa de hielo y dejar que las corrientes marinas los condujeran hacia el norte.

Pero aquella masa que hacía las veces de barcaza comenzó a fragmentarse en la primavera de 1916. Los expedicionarios tuvieron entonces que echar al agua los botes rumbo a la isla Elefante. Tras siete días de peligrosa navegación arribaran a su destino. Schakleton sabía que si se quedaban allí estarían perdidos. Ninguna nave llegarían jamás a aquella pequeña isla para rescatarlos, así que urdió un plan: escogió a cinco experimentados marineros para que los acompañaran en busca de ayuda a los centros balleneros de Georgia del Sur y convenció al resto de hombres para que se quedaran en aquella playa esperándolos.

En Mayo, aquella expedición desembarcaba milagrosamente a salvo en una playa de la costa meridional de Georgia del sur. El paisaje frente a sus ojos era espectacular: picos helados y glaciares; al otro lado, la bahía de Stromness y la estación ballenera. Y pocos meses después, a finales de agosto, a bordo del remolcador chileno Yelcho, Schakleton conseguía llegar finalmente a la isla Elefante. A medida que se aproximaba el barco, Ernest contaba en silencio a los hombres que se arremolinaban en la playa. Cuando estuvo cerca gritó: “¿Estáis todos bien?”. “¡Todos a salvo, todos bien!”, le respondieron. Habrían sobrevivido en la isla 105 días.

Posiblemente, ésta sea la aventura más importante de cuantas se han vivido en los Polos, y quizá también de la historia de la navegación. La expedición de Schakleton fue un desastre, no reportó beneficios materiales ni supuso tampoco un avance científico. Pero el hecho de que sobrevivieran todos los participantes durante tres años fue un triunfo, una victoria del hombre sobre los elementos gracias a la solidaridad y el espíritu de lucha.

Tras regresar a Inglaterra amediados del año siguiente, Ernest Schakleton estaba personalmente a la deriva, alcoholizado y en bancarrota. Volvió a convocar a los tripulantes del Endurance con la intención de regresar a los hielos antárticos. Sin embargo, su corazón no podría soportar una nueva aventura. Zarpó de Londres en Otoño de 1921 y al llegaer a Río de Janeiro sufrió un ataque cardíaco del que logró recuperarse. Poco después, en enero, con el frío arreciando de nuevo, otro infarto conseguía derribarlo definitivamente. La tripulación emprendió el regreso a Montevideo. Su viuda, Emily, prefirió que el cuerpo de Schakleton reposara en Georgia del Sur, junto a los balleneros noruegos.


Fuente: Historia y vida #39.476 

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