George Armstrong Custer




(1839-1876).

Cuando las tribus indias se negaron a ceder sus tierras a favor del despegue militar estadounidense, el gobierno dio luz verde a la creación de un regimiento para hacerlas entrar en razón. Fue el origen del Séptimo de Caballería. Con el general Custer a la cabeza, su crueldad marcó época. Héroes para unos, genocidas para otros, su historial estará manchado de sangre para siempre.

A mediados del siglo XIX, Estados Unidos se encontraba en pleno proceso de configuración territorial. Tras la anexión de Texas en 1845, la llegada al Pacífico se consumó con la colonización de Oregón al año siguiente y la cesión forzada por parte del estado mexicano de una enorme extensión de tierras al noroeste de ese país. Era el inicio de una política de expansión destinada a sentar los cimientos para una amplia y completa industrialización. Pero justo en medio de esa nuevas posesiones, una vastísima franja extendida de norte a sur quedaba todavía por dominar. Eran las llanuras centrales, habitadas por etnias indias nada dispuestas a ceder las tierras que llevaban ocupando desde tiempos inmemoriales. Ajeno a la crisis que se avecinaba, el gobierno planeaba la construcción de múltiples vías de ferrocarril entre este y oeste para hacer llegar el progreso a todos los rincones del país. Pero el proyecto preveía atravesar el territorio indio, lo que supondría no sólo romper la armonía reinante, sino también a cometer el exterminio masivo de búfalos, vitales para la economía india.

Mientras eso ocurría, un joven de 16 años ingresaba en la prestigiosa academia militar de West Point. George Armstrong Custer, pésimo estudiante y más amante de la aventura que de la disciplina, se graduaba el último de 34 oficiales y se ponía al servicio del ejército de la Unión. Su audaz participación en la Guerra de Secesión le granjeó el reconocimiento de sus mandos. También le valdría la tolerancia de varios de los más destacados cuando empezó a mostrar su carácter excéntrico, vistiendo a su antojo con prendas extravagantes. Poco después, gracias a su éxito en las batallas de Brandy Station y Aldie, Custer ya es un reputado oficial que con 23 años se gana el ascenso a general de brigada de las fuerzas voluntarias. Pero pese a su fulgurante y triunfal carrera, ya que por aquel entonces empezaba a dar muestras de sus limitaciones como estratega y de su exceso de arrojo a la hora de lanzar a sus hombres contra el enemigo. Unas carencias que años más tarde acabarían por costarle la vida.

Corría el año 1865 y las relaciones entre el gobierno y las tribus indias eran un polvorín en un país a punto de zanjar la Guerra Civil. En abril de aquel mismo año, los confederados eran finalmente derrotados, y sería el propio Custer quien recibiese la bandera de la rendición de manos del general Ruber E. Lee. Terminado el conflicto, Custer es destinado a Fort Riley, Kansas, y nombrado Teniente Coronel de un nuevo regimiento bautizado con el nombre de Séptimo de Caballería. Inicialmente compuesto por 600 hombres divididos en 12 escuadrones, el Séptimo empieza a preparar el conjunto de acciones que va a emprenderse contra las tribus indias “rebeldes”.

Fue un comienzo difícil. Desde el principio la falta de actividad en combate y la severidad de Custer hicieron mella en la tropa. Años más tarde Custer escribiría: “Las malas provisiones eran la fuente segura de la mala salud. La inactividad conducía al descontento y a la desazón”. El escorbuto hizo acto de presencia y el cólera atacó los puestos vecinos. Ante todos estos males, la deserción se convirtió en el antídoto más popular. Durante el primer año de existencia del regimiento más de 500 soldados optaron por desertar, hecho que se conoció como La Gran Desbandada. La disciplina férrea que aplicaba a sus hombres y que tanto había repudiado en su época de estudiante puso de acuerdo a los oficiales y soldados rasos: “Las cosas se están poniendo muy feas por aquí –escribía el capitán Barnitz -. El general Custer es muy imprudente a la hora de administrar, y no escatima esfuerzos en mostrarse siempre odioso. He perdido por completo la escasa confianza que siempre había depositado en su capacidad de mando como oficial”.

La fe ciega en la buena estrella de Custer parecía apagarse y no hacía nada para reconducir la situación. En una de sus acciones partió de Fart Hays con una caravana de 350 hombres en busca de los cheyennes y sus aliados, los sioux, con el firme propósito de castigarles. Durante esa expedición 35 soldados desertaron, entre ellos un grupo de 13 que se marcharon del campamento sin esconderse, lo que Custer entendió como una afrenta personal. El general mandó un destacamento tras ellos con órdenes de traerlos de vuelta vivos o muertos. De aquellos treces, siete consiguieron escapar y seis fueron capturados y llevados ante su jefe; tres de ellos recibieron un balazo al resistirse a ser arrestados. En aquel momento Custer quedó más que satisfecho, ya que ningún otro soldado se atrevió a desertar. Sin embargo, el incidente le costó ser expedientado por ejecución no autorizada de desertores, desatención de heridos y manipulación indebida del patrimonio del ejército. Por si fuera poco, sus reiterados abandonos del puesto de mando para ir a visitar a su esposa le costaron una suspensión de un año por deserción.

Pero Custer sería readmitido y volvería al mando del Séptimo para unirse a una expedición del general Winfield Scott Hancock contra los cheyennes. Tras días de búsqueda infructuosa, Custer encontró el rastro que esperaba. Las huellas todavía frescas sobre la nieve indicaban que un grupo de indios regresaba desde Kansas a su aldea en Oklahoma. Custer desconocía a qué tribu pertenecían y cuál era su fuerza guerrera, pero no le importaba. Se desprendió de su convoy de vagones para imprimir velocidad a sus movimientos y dejó atrás a 80 de sus hombres. Alrededor de la medianoche uno de sus guías olió humo. Mandó a algunos de ellos a investigar y una hora después volvieron para informarle de que a orillas del río Washita, a muy escasa distancia de allí, había un campamento repleto de indios. Era la ocasión que esperaba para ganarse la gloria.

Con la primera luz de la mañana, Custer hizo que la banda interpretara a Garry Owen, la canción irlandesa que identifica al Séptimo de Caballería, y condujo su columna hacia la que se convertiría en una de las peores carnicerías de las guerras indias. Pese a que los cheyennes salieron con rapidez de sus tipis, el primer asalto fue tan demoledor como definitivo. Los hombres de Custer dispararon a cuando se movía, liberando todas sus frustraciones tras dos años persiguiendo indios sin resultado. Poco después la batalla de Washita había terminado y Custer corrió a informar a Sheridan de su gesta, que consistía en haber liquidado a sangre fría a Black Kettle (Olla Negra) y a su tribu, compuesta por unos doscientos miembros, en su mayoría ancianos, mujeres y niños.

La masacre de Washita suscitó de inmediato algunas preguntas: ¿Por qué no ordenó Custer un reconocimiento previo del terreno? ¿Por qué puso en riesgo a sus hombres al atacar sin saber a cuántos guerreros se enfrentaba?, y finalmente, ¿No pensó en las consecuencias de matar a un número tan elevado de inocentes? A juzgar por lo acontecido, no debió pensar en ello. Quienes sí tomaron nota fueron los jefes de otras tribus, entre ellos Caballo Loco y Toro Sentado, que juraron venganza contra aquel que llamaban Long Hair (Cabellos Largos). Por entonces los sioux lograrían vencer a los estadounidenses en las Montañas Negras y Yellowstone, obligando al gobierno blanco a reconocer su propiedad sobre estos territorios.

Ante la calma aparente, el Séptimo de Caballería fue destinado al sur para realizar tareas policiales, y poco después trasladó su sede al fuerte Abraham Lincoln, en Dakota, para dedicarse al reconocimiento de las llamadas Colinas Negras. Fue allí donde hallaron el oro que acabaría provocando la siguiente crisis. Y es que el preciado metal era tan abundante que la llegada de colonos en busca de fortuna se produjo en masa. Aún tratándose de tierras pertenecientes a los sioux y a los cheyennes (como había reconocido el propio gobierno), las autoridades ordenaron a los jefes de esas tribus que se trasladasen a una reserva antes del fin de Enero de 1876. Como era de suponer, la “oferta” fue rechazada de inmediato. El teniente general Sheridan decidió entonces enviar una expedición de castigo en marzo bajo el mando del General George Crook. Tenía como misión la destrucción del líder de los sioux oglalas, Caballo Loco, en los valles de Yellowstone, pero fracasó debido al intenso frío y a diversos factores tácticos que motivaron su retirada a la espera de condiciones más propicias.

Con la llegada de la primavera el plan de ataque se reactivó. Un ejército compuesto por tres columnas partió en Mayo de los fuertes Ellis, Lincoln y Fetterman en dirección al río Little Bighorn, lugar donde estaban establecidos los indios rebeldes. Debido a sus diferencias con el presidente Ulysses S. Grant, que no le consideraba competente para la misión, Custer vio comprometida su participación en el ataque. Finalmente, gracias al inesperado apoyo de su regimiento, partió acompañado por sus fieles guías indios de etnia crow. El ejército se dividió en tres columnas, una comandada por el general Crook, otra por el Coronel Gibbon y la última por el general de la brigada Terry, a cuya vanguardia iba Custer.

Haciendo gala de su famosa impaciencia, Custer quiso adelantarse a los demás y llegó a Montana antes que nadie, al frente de 850 soldados. El 22 de Junio, sus exploradores le informaron de que a 25 kilómetros de su posición había un poblado ocupado por unos 1,500 guerreros. Pero calcularon mal. La realidad era que los esperaban cerca de 4,000, sedientos de sangre y armados con rifles que había comprado a los traficantes. Custer organizó el ataque dividiendo sus fuerzas: tres escuadrones dirigidos por el comandante Reno atacarían el campamento por el sur, otros tres marcharían hacia el sudoeste para atacar cualquier posición india que encontrasen y un último escuadrón quedaría en la retaguardia. Custer, al mando de cinco escuadrones, marcharía hacia el norte y se ocultaría tras las colinas para acometer el ataque final. Sin embargo su táctica divisoria le resultó inútil, puesto que Caballo Loco conocía su posición tras las lomas.

El 25 de Junio Reno sería el primero en atacar. Fue derrotado con tanta rapidez y contundencia que tuvo que batirse en retirada con múltiples bajas. Acto seguido, y con Custer y sus hombres al descubierto, Caballo Loco lanzaba a su ejército de guerreros para alcanzar su verdadero objetivo: los huesos de Cabellos Largos. Se abalanzaron contra Custer de tal forma que en pocos minutos él y sus hombres quedaron rodeados. La venganza estaba servida. Los soldados del Séptimo caían sin remedio e incluso muchos de ellos se suicidaban ante una muerte segura. Años más tarde, Toro Sentado afirmaría que Custer fue de los últimos en caer. De él dijo que murió con una sonrisa en los labios porque había matado un indio con su última bala. Junto a Coster, otros cuatro miembros de su familia – dos hermanos, su cuñado y su sobrino – perdieron la vida en Little Bighorn. Fue el mayor desastre sufrido por los norteamericanos frente a los nativos.

La del Little Bighorn constituyó una gran victoria para los indios, pero a partir de aquel momento serían perseguidos y exterminados de manera sistemática. El triste capítulo final se escribió en diciembre de 1890, cuando en Wounded Knee Creek, bajo una tremenda tormenta de nieve, las renacidas tropas del Séptimo, al mando del coronel James Forsyth, se presentaron ante un indefenso campamento indígena. Despojados de sus armas blancas, fueron “invitados” a entregarse para ser trasladados a la prisión de Omaha. Pero entonces un coronel ordenó colocar cuatro cañones Hotchkiss apuntando al campamento y 500 soldados comenzaron a disparar indiscriminadamente mientras gritaban: “¡Acordaos de Little Bighorn y del General Custer!”.

Pese a desarrollar una triunfal carrera como militar, Custer flaqueaba en cuestiones tácticas y estratégicas. Sus errores de planteamiento en la batalla de Little Bighorn acabarían por llevarlo a la muerte. Éstos son algunos:

  1. Custer ignoró los consejos de sus guías indios, que le recomendaban no atacar y esperar refuerzos.
  2. Pensó inexplicablemente que un solo regimiento podría hacer el trabajo de casi todo un ejército.
  3. Custer se negó en redondo a dotarse de armas pesadas (baterías Gatling), convencido de salir victorioso con las que contaba.
  4. En el campo de batalla, en un sinsentido, dividió sus fuerzas ante un enemigo superior en número.
  5. Subestimó al rival al creer que tras el primer ataque los indios se asustarían y saldrían en desbandada en dirección a la posición del Mayor Reno para caer atrapados en una trampa de fuego.

George Armstrong es un personaje controvertido. Fue considerado por sus detractores un buscaglorias (incluso se rumoraba que pretendía convertirse en presidente de Estados Unidos) y por la mayoría de sus soldados un gran líder e incluso un héroe. Pero al margen de sus acciones también es polémico su pensamiento. Su actitud ante el conflicto con las tribus indias no siempre fue la misma. En 1858, siendo todavía un cadete de West Point, escribió un ensayo titulado ‘The Red Man’ en el que decía admirar su coraje e independencia, además de lamentar la inminente destrucción de su hábitat natural: “Ahora los contemplamos al borde de la extinción, sosteniéndose en su último punto de apoyo, agarrando con firmeza sus rifles teñidos de sangre, resueltos a perecer en mitad de los horrores de las matanzas, y pronto se hablará de una raza noble que antaño existió pero que al día de hoy ha desaparecido”. Años más tarde Custer se enfada con aquellos que escriben sobre los pieles rojas con condescendencia. Su convicción de que lideraba un regimiento de seres civilizados contra enemigos brutales seguiría intacta hasta su muerte.

Fuente: Historia y Vida No. 476

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