Alejandro Casona-El destierro del Cid




En la batalla de Zamora, en España, mataron a traición al buen rey Sancho el Fuerte.

Hereda el trono su hermano Alfonso.


Sancho el Fuerte era muy querido de sus vasallos, y más lo era del Cid Campeador, llamado Rodrigo Díaz de Vivar.

En Santa Godea, la ciudad de Burgos, sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo, el Cid toma juramento al nuevo rey de Castilla, y le dice:

Villanos te maten, rey,
que no guerreros hidalgos;
mátente en un despoblado
con los cuchillos mellados;
sáquenle el corazón
vivo por el costado
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.

Alfonso jura que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano Sancho, y es aclamado rey de Castilla.

Después se vuelve muy enojado contra el Cid; y le dice:

-          Mucho me has apretador, Rodrigo. El juramento fue duro, por eso saldrás de Castilla en un plazo de nueve días. También queda desterrado todo el que te sirva o acompañe. Vete de mis reinos, Cid. Pero irás solo; tu mujer y tus hijas quedarán aquí.

En su casa de Vivar está Rodrigo. Lo acompañan unos cuantos amigos que se atreven a seguirlo.

-          Somos pocos pero firmes. Jamás te abandonaremos. Contigo gastaremos nuestros caballos, nuestro dinero y vestidos. Te seguiremos como leales vasallos – le dice su primo hermano Alvar Fáñez de Minaya.

Así sale el Cid de las tierras de Vivar, y se encamina hacia Burgos. Mira hacia atrás y sus ojos se llena de lágrimas. Queda su casa con las puertas abiertas, vacía y triste.

Cuando atraviesa la ciudad de Burgos lleva sesenta caballeros con él, cada uno con su pendón. Niños, hombres y mujeres se asoman a las ventanas para verlo pasar, y dicen por lo bajo: “Qué buen vasallo sería si tuviera buen señor”. De buena gana lo invitarían a pasar para que descansar un poco; le darían agua y pan, y le prepararían una buena cama. Pero el rey lo ha prohibido con penas muy severas.

Tienen hambre aquellos hombres, y mucha sed. Han caminado todo el día por las asoleadas y desérticas tierras de Castilla. El Cid llega a la posada donde siempre paraba. Llama a la puerta, pero nadie contesta. Llama otra vez a gritos, y golpea la puerta con la empuñadura de su espada. En eso se abre la puerta y una niña de nueve años habla llorosa:

-          Campeador, no podemos darte asilo. El rey lo ha prohibido. Si lo hiciéramos el rey os quietaría nuestra casa y nuestras tierras, y nos sacaría los ojos de la cara. Nada ganas con esto, Campeador. Sigue adelante y que Dios te bendiga.

El Cid comprende el llanto de la niña.

Triste está su corazón cuando atraviesa la ciudad. El rey también ha prohibido que le vendan alimentos. Pero Martín Antolínez, el leal burgalés, no le tiene miedo al rey. Él les da pan y vino, y se une a ellos.

Se cumplen los nueve días del plazo. Castilla se acaba ya.

La primera noche que el Cid duerme fuera de su tierra, en sueños se oye una voz que le dice:

Cabalga, buen Cid, cabalga,
cabalga, Campeador,
que nunca en tan buena hora
ha cabalgado varón.
Bien irán las cosas tuyas
Mientras vida te dé Dios.

(Adaptación de Armida de la Vara).



Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).

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