El Principito y yo




Cuando era pequeño me encantaban los relatos sobre la vida de los animales extraños que viven en lugares casi desconocidos. Me gustaban tanto, que una vez – tendría entonces unos seis años – quise dibujar una boa; pero mi dibujo no tuvo el éxito que yo esperaba. Nadie lo entendió y hasta hubo quien se burló de mis pretensiones de ser pintor. Ante semejante fracaso decidí hacerme aviador: de eso modo podría viajar a mi antojo por el mundo y ver con mis propios ojos esos fabulosos animales. He cumplido este último propósito y he viajado mucho; en mi vida de explorador no me han faltado emociones ni aventuras. Hoy quiero contarles la más extraordinaria de todas.


Hace más de seis años iba en mi avioneta cruzando el Sahara cuando de pronto el motor empezó a fallar y debí aterrizar en pleno desierto. Al revisar el motor vi que la avería era bastante seria y sentí entonces – quizás por primera vez en mi vida – un terrible desamparo y un miedo enorme: no llevaba conmigo ni las refacciones, ni las herramientas necesarias para reparar el motor y, para colmo de males, la comida y el agua potable que llevaba sólo podrían alcanzar para una semana, a lo sumo.

Entretanto ya había oscurecido. Decidí pasar la noche sobre la arena, cerca de mi avioneta, y buscar al día siguiente, con más calma, la manera de salir a flote de mi angustiosa situación. En realidad la preocupación no me dejó pegar los ojos hasta que el cansancio me venció cerca del amanecer. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando entre sueños me pareció oír una extraña vocecita que decía:

-          Por favor… dibújame un cordero.

Me paré de un salto frotándome los ojos por si se trataba de un sueño. Pero no, ahí estaba, enfrente de mí, un extraño personaje. Yo no podía salir de mi asombro: mi visitante vestía un traje estrafalario, sólo semejante a los que recordaba haber visto en mis viejos libros de cuentos, y no parecía una persona extraviada en el desierto – como lo estaba yo – pues no daba muestras de tener sed o hambre, ni de tener miedo – como el que yo sufría -. Además, si a primera vista me pareció un hombre pequeño, inmediatamente la viveza de los ojos y su carita ingenua me hicieron ver que se trataba de un chiquillo.

Cuando al fin pude hablar, le pregunté quién era y qué estaba haciendo solo en medio del desierto. El muchachito, como si no me hubiera oído, repitió muy serio:

-          Por favor, dibújame un cordero.

Aturdido como estaba con tantas peripecias, saqué de mi mochila un lápiz y unas hojas de papel casi sin pensarlo; pero en seguida recordé que después de mi fallida experiencia infantil no había vuelto a dibujar nada, y que no sabía ni por dónde empezar. Así se lo dije a mi visitante, pero el chiquillo sin darle importancia a mi advertencia, insistió tranquilamente:

-          Eso no importa; dibújame un cordero.

En otras circunstancias me habría negado, pero en ese momento no era del todo dueño de mis actos, y traté de complacerlo, pero sólo atiné a repetir mi dibujo infantil: el de la boa panzona porque se había tragado un elefante, con el cual empezó y terminó mi carrera de pintor. ¡Entonces sí que mi sorpresa no tuvo límites! Al entregarle mi dibujo, el chiquillo me reprochó:

-          ¡No te he pedido un elefante dentro de una boa! La boa es muy peligrosa y el elefante me dará mucha lata porque en mi país todo es muy pequeño… ¡Lo que quiero es un cordero!

Desde ese instante ya nada podía sorprenderme: ¡Mi extraño visitante era la única persona que había sabido interpretar aquel dibujo que me costó tantas lágrimas! De inmediato el chiquillo se ganó mi simpatía y agradecimiento, me curó el mal humor y hasta consiguió que me olvidara, al menos por un rato, de mis angustias. Entonces puse todo mi empeño en complacerlo e intenté dibujar el cordero que me pedía. Todo fue inútil; el chiquillo miraba mis garabatos, sonreía con indulgencia y los rechazaba siempre con alguna objeción: el primero porque estaba flaco y parecía muy enfermo…, el segundo porque tenía unos cuernotes que más parecía un carnero…, éste por una cosa, aquél por otra, y así todos. Ya desalentado, se me ocurrió una inocente broma: hice un dibujo geométrico muy simple, y al entregárselo traté de justificarme diciéndole:

-          Es una caja; el cordero que quieres está adentro. Los agujeros son para que pueda respirar.

¡Jamás pensé que mi treta diera el resultado que dio! El muchacho vio mi dibujo y los ojos se le pusieron brillantes, después exclamó con insospechable alegría:

-          ¡Por fin!, esto es precisamente lo que quería.

Luego se puso algo serio y dijo muy preocupado:

-          Pero…, oye, ¿Necesitará mucha hierba mi corderito?
-          ¿Por qué me lo preguntas? – repliqué intrigado.
-          Porque en mi planeta todo es muy pequeño, me contestó.

Sin prestar atención en ese momento a lo de “en mi planeta”, le aseguré que habría hierba suficiente, pues yo había dibujado un cordero muy pequeño. El chiquillo inclinó su cabeza para mirar nuevamente el dibujo y murmuró como si hablara consigo mismo:

-          ¡Ni tan pequeño!... ¡Eh, mira, se ha dormido!

Así fue como conocí al Principito. ¡Principito, sí! Ese chiquillo que se me apareció en la situación más angustiosa de mi vida, y del cual ustedes ya conocen algunas anécdotas, es el hijo del rey de un lejano, pequeño y raro planeta. Necesité algún tiempo para conocer su historia, y esto a fuerza de paciencia para ir juntando algunas palabras y frases sueltas entre las peripecias que me iba contando. Así, poco a poco, fui conociendo su vida y sus aventuras, al mismo tiempo que iba creciendo nuestra amistad.

Nunca más he vuelto a verlo. Desapareció, tan misteriosamente como había llegado, la víspera del día en que mis amigos lograron encontrarme y me salvaron de una muerte segura. Cuando desapareció me puse muy triste; después, al ver llegar a mis compañeros, comprendí claramente que el Principito se me había aparecido sólo para acompañarme en mi triste situación, para que pudiera soportar sin volverme loco el desamparo en el desierto inmenso, la sed, el hambre y el miedo.

Nunca más he vuelto a verlo, pero no he podido olvidarlo. Tampoco he olvidado sus pláticas, que me enseñaron a ser más feliz. Por eso mismo he querido que también sea amigo de todos ustedes, Ya he contado algunas de sus aventuras; ahora ya saben quién es.

(Adaptación de Carlos H. Magis).

Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972); Antoine de Saint – Exupery-El Principito.

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