Coyolxauhqui y Huitzilopochtli




En el cerro de Coatépec vivía la diosa Coatlicue; ella barría a diario el monte. Un día, mientras estaba barriendo, bajó del cielo una pelotita de plumas, parecida a un nidito de ave. A Coatlicue le pareció muy bonita y la guardó en su cintura, bajo su vestido, para mostrarla después a sus hijos, pero cuando terminó de barrer ya no la encontró.

Se olvidó de aquello y fue a buscar a sus hijos que eran muchísimo, se llamaban los Centzonhuiznahua, que significa “los cuatrocientos surianos”. Tenía también una hija que se llamaba Coyolxauhqui: la diosa de la tierra y el maíz.

Pasó el tiempo y la diosa Coatlicue se dio cuenta de que estaba esperando un hijo, sorprendida, pues no sabía de quién podría engendrar, se lo contó a su hija Coyolxauhqui, que se puso muy celosa y enojada porque no quería tener otro hermano. Coyolxauhqui partió a informar a todos sus hermanos y les dijo:
- Hermanos, nuestra madre va a tener otro hijo, yo no quiero tener otro hermano.
- Tienes razón, hermana nosotros tampoco lo queremos.

Así, los Centzonhuiznahua decidieron matar a su madre, inducidos por Coyolxauhqui, que era la más enojada de todos, porque Coatlicue no sabía quién era el padre de su nuevo hijo.

¿Tú puedes imaginar quién era el padre? Pues nada menos que aquella plumita caída del cielo, enviada por los dioses, que entró al vientre de Coatlicue.

De ella nacería un dios muy poderoso, Huitzilopochtli: el dios de la guerra.

Coatlicue se enteró de que sus hijos planeaban algo muy malo contra ella, se atemorizó y lloró amargamente; entonces escuchó desde su vientre la voz de su hijo que le decía: - No tengas miedo, madre, yo sé lo que tengo qué hacer. Coatlicue se quedó tranquila.

Los Centzonhuiznahua se juntaron para ir a la guerra, se vistieron como dioses poderosos y terribles; trenzaron sus cabellos, pusieron cascabeles en sus tobillos, pintaron sus rostros y usaron sus mejores armas.

Coyolxauhqui llevaba en las mejillas y tobillos cascabeles de oro que sonaban a su paso.

Uno de los Centzonhuiznahua se llamaba Cuauhuitlícac, él engañó a sus hermanos y todo lo que escuchaba se lo decía a Huitzilpochtli, que aún estanto en el vientre de su madre lo escuchaba y le respondía: - Hermano, vigila lo que hacen y escucha lo que dicen. Tú no te preocupes, yo sé lo que tengo qué hacer.

Los cuatrocientos surianos estuvieron listos para castigar a su madre y se fueron hacia el cerro de Coatépec. Era de noche, y no se percataron que debido al brillo de sus adornos y al ruido de los cascabeles que portaban, se veía por dónde iban.

Cuauhuitlícac subió a la sierra sin que nadie se diera cuenta y le dijo a Huitzilopochtli:
- Ya vienen contra ti, hermano.

Huitzilopochtli le respondió:
- Mira bien por dónde vienen.

Cuauhuitlícac respondió:
- Vienen por Tzompantitlan.

Huitzilopochtli preguntó de nuevo:
- ¿Por dónde están ahora?
- Vienen por Coaxalpa – respondió Cuauhuitlícac.

Y otra vez dijo Huitzilopochtli:
- Dime, hermano, ¿Por dónde vienen?

Y Cuauhuilícac respondió:
- ¿No los oyes? Están en Apétlac.
- ¿Estás seguro? – dijo Huitzilopochtli.
- Sí – contestó su hermano -, pero ahora ya están muy cerca de aquí, y delante de ellos viene nuestra hermana Coyolxauhqui.

En ese momento nació Huitzilopochtli. Se puso su penacho de plumas de quetzal, pintó sus brazos y sus piernas de azul y los adornó con sonajas, plumas y cascabeles; en su frente puso una señal roja que simbolizaba la sangre, al nivel de los ojos pintó unas rayas diagonales rojas y azules, tomó su lanza de serpiente y su bandera de plumas de águila.

Huitzilopochtli dijo a un servidor suyo, que se llamaba Tochancalqui, que encendiera la serpiente hecha con antorchas, Xiuhcóatl. Y con esa serpiente hirió a Coyolxauhqui, que cayó fragmentada en pedazos en la sierra de Coatépec, la montaña de la serpiente. Después, Huitzilopochtli se levantó y se abalanzó contras sus hermanos, peleando contra ellos hasta que los hecho de Coatépec.

Los Centzonhuiznahua no pudieron hacer nada contra el gran poderío de Huitzilopochtli y ya debajo de la sierra, rogaban y suplicaban que no los persiguiera y además detuviera la pelea; pero el dios de la guerra no los escuchó. Los mató a casi todos y los despojó de sus vestidos, armas y adornos. Muy pocos escaparon y se fueron a un lugar llamado Huitztlampa.  


Fuente: Nélida Galván – Mitología Mexicana para niños.

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