Politeísmo




Entre los aztecas existía la idea de un dios único, que se desdoblaba en dos principios, uno masculino y otro femenino; Ometecuhtli y Omecíhuatl, que era la pareja de la que procedían los demás dioses.

Así, tuvieron cuatro hijos: Tezcatlipoca Negro o dios del Norte; Tezcatlipoca Rojo o Xipetótec, dios del Este; Tezcatlipoca Blanco o Quetzalcóatl, dios del Oeste; y Tezcatlipoca Azul o Huitzilopochtli, dios de la guerra o del Sur.

Después de ellos surgieron todos los demás dioses.

Politeístas, adoraban a un sinnúmero de deidades que representaban las fuerzas y manifestaciones de la Naturaleza, los templos constituían no sólo los lugares más visible y dominantes de la ciudad, sino el centro de la vida misma.

Los templos generalmente eran grandes pirámides; el mayor templo mexica estaba dedicado a Huitzilopochtli y a Tláloc, y tenía 114 escalinatas y una altura que rebasaba los 30 metros, y tenía que ser atendido por una legión de sacerdotes; también existían sacerdotisas, ambos eran educados desde pequeños con disciplinas severas, pues constituían la clase intelectual de las comunidades y, a su debido tiempo, comenzaban a encargarse del registro histórico de la ciudad, del vaticinio del futuro y del manejo del calendario.

La fecha de culto que exigía cada dios estaba prevista ya en el calendario – de la misma manera que en la actualidad se festeja a los santos en un día determinado –.

El ritual del sacrificio humano incluía una especie de confesión, ayuno y abstinencia; danzas, cantos y juegos; ofrendas florales y alimentos; sacrificio de animales preciosos y el ofrecimiento de la propia sangre que sacerdotes y ciudadanos se extraían de las orejas, labios, lengua y otras partes del cuerpo, hiriéndose con espinas o rasgándose con cuchillas de obsidiana.

En el momento de producirse la conquista, la deidad suprema era Huitzilopochtli, el dios de la guerra, la divinidad tutelar de los aztecas; le seguía en importancia Tezcatlipoca, dios que asumió numerosos atributos, siendo la divinidad hechicera la más representativa; protegía a los guerreros y fomentaba las enemistades y discordias, pero también otorgaba prosperidad y riqueza, aunque la retiraba cuando se le antojaba. Tezcatlipoca era un dios estelar pues se transformó en estrella polar para propiciar el primer fuego (en otro mito se convierte en Osa Mayor).

La ceremonia en honor de este dios era dramáticamente impresionante: con un año de anticipación se escogía al prisionero de guerra que habría de morir en sacrificio a Tezcatlipoca; debía ser el prisionero más hermoso y valiente. Durante ese año, los sacerdotes le enseñaban modelos regios y lo atendían con toda diligencia; el prisionero tocaba la flauta, entonando melodías divinas y la gente le ofrecía homenajes como al propio dios.

Un mes antes del sacrificio, cuatro doncellas ataviadas como diosas se convertían en sus compañeras y lo complacían en todos sus deseos. El día de su muerte se despedía de ellas para encabezar la procesión en su honor, que se distinguía por su júbilo y festividad. Después decía el último adiós al sacerdote que se encargaba de él durante el año. Los sacerdotes subían primero al templo y él los seguía, rompiendo en cada escalón una flautilla de las que hubiera tocado en sus horas felices de encarcelación. En lo alto de la plataforma, los sacerdotes lo tendían y le extraían el corazón. Su cuerpo era bajado también por las escaleras, al contrario de su cabeza, que era aventada a un lugar donde tenían los cráneos de los sacrificados.

Quetzalcóatl, “la serpiente emplumada”, era el dios de la sabiduría; su culto se extendía hasta tierras mayas – sureste del país – quienes lo presentaban con el nombre de Kukulcán. A diferencia de los otros dioses y sacerdotes, no gustaba de los sacrificios humanos.

Tláloc era otro dios muy importante entre los aztecas y otras culturas pues mantenían una actividad agrícola muy intensa. Las tallas en piedras verdes eran características para rendirle culto, por ser éste el dios de la fresca vegetación. Los muertos que iban al reino de Tláloc eran enterrados junto con una rama seca porque se creía que la ramita volvería a retoñar después de que el difunto llegara hasta Tláloc.

Estas divinidades son sólo algunas de las múltiples a las que los aztecas rendían culto; basta recordar que cada casta – clase social -, y oficio honraba a un dios específico o “genios tutelares”, a quienes agradecer su buena suerte, o espíritus malignos a quienes reverenciar para apreciar su ira y que las cosas marcharan mejor.


Fuente: Nélida Galván – Mitología Mexicana para niños.


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