El Tepozteco






Hace mucho tiempo existió una hermosa doncella la cual después de muerto su padre, heredaría el reino de Tepoztlán. A ella le gustaba ir a bañarse al río Atongo y descansar en su ribera llena de flores. Un día que se preparaba para entrar al agua, el dios del viento hizo que llegara un fuerte aire y la envolviera; ella no le dio importancia al suceso, pero pasado algún tiempo, se dio cuenta de que estaba embarazada y desde ese momento ya no salió de su casa, manteniendo en secreto su embarazo hasta el día que dio a luz.


El mismo día que el niño nació, la princesa mandó llamar a unas mujeres para entregárselo – es hijo del aire, comentaron todas, pero la madre insistió que se lo llevaran y les dijo:

- Oculten bien a ese niño, que nadie sepa lo que me sucedió.

Aquellas señoras partieron, llevando consigo al recién nacido. Lo colocaron en una canasta que arrojaron sobre la corriente del río para que ésta se lo llevara muy lejos, pero al otro días encontraron la canasta atrapada entre lirios que protegieron al recién nacido y le dieron de comer.

La princesa ordenó a las señoras que lo llevaran a un hormiguero en el cerro. Se cuenta que lo depositaron sobre el nido de hormigas para que fuera devorado.

Al día siguiente volvieron al cerro para ver lo que sucedió con el niño y muy grande fue su sorpresa al encontrarlo vivo. Las hormigas, lejos de agredirlo, se convirtieron en sus amigas. Cientos de hormigas rodeaban su cuerpo formando una valla protectora, lo cuidaban y acarreaban frutos para que el pequeño succionara su néctar.

Habiendo fallado en su encomienda, las mujeres recogieron al pequeño y pusieron sobre las pencas de un maguey. Asombradas vieron que el maguey hacía una especie de portal para protegerlo y una de las pencas se inclinaba sobre su boca tratando de amamantarlo con su savia.

Las mujeres nuevamente cargaron con el pequeño y lo regresaron con su madre la princesa, quien les suplicó que guardaran el secreto y a cambio les regaló magníficas joyas.

Aquel día estuvo muy nublado y oscuro. Todo indicaba que se avecinaba una fuerte tormenta. Por la noche, la princesa pagó a una hombre para que se deshiciera del niño. El hombre se lo llevó y lo depositó en una caja a la orilla de una barranca para que el fuerte aguacero arrastrara al pequeño a su triste final; sin embargo, esa noche no llovió y la caja permaneció inmóvil hasta el amanecer.

Muy cerca de ahí, vivía una pareja de ancianos que siempre habían deseado tener un hijo. Se cuenta que aquella mañana, el viejecito dejó a su esposa lavando, mientras él se dirigía a recoger leña, cuando descubrió la caja. Miró a todas partes y al no ver a nadie, pensó que tal vez alguien la había olvidado; temeroso llamó a gritos y nadie contestó. Entonces se acercó y al abrir la caja encontró un robusto y hermoso niño que dormía plácidamente.

Corrió con el niño en sus brazos hasta donde estaba su esposa y le dijo:
- Mira lo que encontré, vámonos, no vaya a ser que alguien nos lo quite.

Muy contentos los ancianos le proporcionaron todos los cuidados y el cariño como si fuera un verdadero hijo, la cual llamaron Tepozteco. Un buen día, cuando ya era jovencito, Tepozteco le dijo a su padre que quería ir a pasear al campo. El anciano le confeccionó unas sandalias y el muchacho se las puso y se fue muy contento a pasear todo el día.

A su regreso, el Tepozteco se dirigió a su padre y le dijo:
- Padre, si de verdad me quieres, habrías de hacerme lo que te pida.
- Tú sabes que te queremos – dijo el anciano y añadió – no es necesario que me pongas a prueba. Yo nunca lo haría contigo, pues lo que a mí me dañe, te dañará a ti y tus penas serán las mías.
- ¡Ah padre!, ceo que de verdad me quieres y debes saber que de todo cuanto hagas por mí, nada será perdido. Siempre te demostraré mi agradecimiento, por ello quiero pedirte que me hagas un arco y mil flechas, con las que iré a cazar a la llanura para que siempre tengamos alimento; con ellas podré protegerme de los animales peligrosos y de cualquier daño que me pueda ocurrir.

El padre se alegró y rápidamente comenzó a fabricar lo que su hijo le pedía. Al cabo de un tiempo, terminó su labor y cumplió con la petición de su hijo. Tepozteco se puso muy feliz, tomó el arco y las flechas y preguntó a sus padres ¿Qué quieren que comamos? Desde ahora basta con que me lo digan, para que yo vaya a traerlo.

Los ancianos lo miraron incrédulos y entonces, el Tepozteco apuntó con su arco hasta el cielo y disparó una flecha. Inmediatamente cayó un conejo.

Los viejecitos se miraron entre sí, sin poder dar crédito a lo que veían. Pensaron que tal vez no habían criado a un buen hijo, pues nunca habían visto a alguien como él.

- ¿Quiénes serán los verdaderos padres de este jovencito? Se interrogaron al ver la destreza y el poder que el chico tenía, pues le bastaba disparar hacia el cielo para que un animal cayera inmediatamente.

Desde entonces, el Tepozteco les llevó todos los días un conejo, un venado, un ocelote y toda clase de animales para su sustento.

Pasaron los años y aquel jovencito se convirtió en un hombre fuerte y vigoroso.

Se cuenta que por aquel entonces, un gigante llamado Xochicalcatl habitaba el pueblo de Xochicalco. Todos le temían, pues se comía a la gente, pero sobre todo a los ancianos. Sus ayudantes o topiles eran los encargados de salir a todos los pueblos para reunir viejecitos.

Como los padres adoptivos de Tepozteco ya estaban muy viejecitos, les llegó su turno cuando los topiles llegaron a su casa. Ellos se pusieron muy tristes y suplicaron a los topiles que les permitieran esperar a que llegara su hijo para despedirse de él.

Los topiles aceptaron esperar con la condición de que en cuanto llegara el Tepozteco, los ancianos partirían sin poner resistencia.

El pobre viejo no hacía más que pensar en las palabras de despedida que diría a su hijo.

Cuando apareció el Tepozteco y al advertir la presencia de aquellos hombres, preguntí qué pasaba.

Su padre le explicó que irían a Xochicalco porque su hora había llegado, pero éste no aceptó que se llevaran a sus padres, discutió durante horas con los topiles, quienes ya desesperados aceptaron llevar a Tepozteco en lugar de los ancianos, pues si no llegaban pronto a Xochicalco serían castigados. Los viejos, por supuesto, no querían aceptar el sacrificio de su hijo. Le decían que él era muy joven y tenía muchos años por vivir.

Al oír esto, Tepozteco les contestó:
- Padre y madre, ustedes no irán a Xochicalco. Yo iré en su lugar. Sólo les pide que no lloren y que vayan al pueblo de Cozcalzinco. Ahí esperen viendo hacia Xochicalco. Si ven subir una columna de humo negro es que me han vencido y ya no volveré, pero si ven que el humo es blanco, entonces alégrense porque habremos ganado y estaré a salvo.

Los topiles desesperados por el retraso, apresuraron a Tepozteco, quien los fue guiando hasta la salida de Tepoztlán. Una vez que dejaron el pueblo atrás, el Tepozteco convirtió en piedra a un topil, dejándolo en Texcatepec; luego, cuando llegaron al pie de un cerro, convirtió a otro topil en piedra que hoy es el Cerro de Texihuiltetl. Un poco más adelante transformó en piedra a un tercero que hoy lleva el nombre de Tlamatepec.

Cuando los demás topiles buscaron a sus compañeros, no los encontraron, pero siguieron su camino porque ya era muy tarde. El Tepozteco por su parte, iba recogiendo piedras de obsidiana por todo el trayecto, a lo que los topiles no dieron importancia.

Al llegar ante el gigante, éste montó en cólera porque le llevaban un joven y sólo podía saciar su apetito con un anciano, pero como ya no aguantaba el hambre, se tragó de un bocado al Tepozteco, quien dio un gran salto al estómago para no se lastimado por la dentadura de aquel enorme devorador.

Después de un rato el gigante empezó a gritar desesperadamente; se tiró en el suelo revolcándose de dolor, luego corría de aquí para allá quejándose de terribles punzadas en el estómago, que eran causadas por las piedras de obsidiana que llevaba consigo el Tepozteco.

Al poco rato el gigante murió y el Tepozteco salió triunfante, de manera que una columna de humo blanco invadió el cielo. En cuanto la vieron sus padres, emprendieron el camino de regreso a casa para esperar la llegada de su hijo.

Se cuenta que el Tepozteco, después de realizar su hazaña, tomó el camino a Cuernavaca y al llegar advirtió que el pueblo estaba celebrando su fiesta.

Se acerco a donde estaban comiendo pero ninguno lo invitó a que se sentara; entonces se dirigió hasta el lugar donde los músicos estaban tocando, pues iba impresionado por el sonido del Teponaztle. Les pidió que lo dejaran tocar; pero aquellos lo insultaron diciéndole: Vete de aquí mugroso. Él les dijo que era el rey de Tepoztlán pero aun así lo corrieron.

Como era el hijo del aire, tenía el poder de los vientos y provocó que una ráfaga de aire azotara muy fuerte, levantando una tolvanera, tras la cual, apareció vestido con galas, joyas y oro. Nadie lo reconoció y comenzaron a hacerle reverencias. Lo invitaron a sentarse en el mejor lugar, le ofrecieron comidas u bebidas exquisitas que él empezó a embarrarse por todas partes del vestido.

Al verlo hacer tal cosa, le preguntaron:
- ¿Por qué haces eso? ¿Por qué no comes en vez de untarte la comida en la ropa?

Tepozteco contestó:
- Que la coma mi vestido, pues ustedes solo saben honrar a la ropa y no a la persona. No saben respetar a la gente. Hace rato vine vestido como cualquier persona de mi pueblo y ustedes no me quisieron recibir.

Luego se acercó a los músicos y provocó una vez más un fuerte viento que desapareció poco después, llevándose el Teponaztle.

Cuando el viento se calmó, los pobladores vieron que el Tepozteco estaba tocando en Cuapechco. Encolerizados salieron corriendo a seguirlo para quitarle el instrumento musical. Justo cuando estaban a punto de alcanzarlo, el Tepozteco orinó y formó un gran barranco que les impidió el paso. Mientras buscaban un camino por dónde llegar, oyeron que estaban tocando música en el pueblo de Ahuatepec. Llegaron hasta ese pueblo, pero la música ya estaba en Cuacuametla y así siguió de pueblo en pueblo. Aunque ya estaban muy cansados, continuaron la persecución, pero el Tepozteco los burlaba apareciéndose aquí y allá. Luego de muchos días de agotadora persecución, los pobladores de Cuernavaca abandonaron la búsqueda.

Tepozteco regresó a su hogar y después de algún tiempo, decidió irse de su pueblo para siempre. Antes de partir, entregó a sus ancianos padres una caja con un tesoro para que lo enterraran en el centro de Tepoztlán, advirtiéndoles que no la abrieran y así el pueblo gozaría siempre de riqueza y prosperidad.

Fue mayor la curiosidad de los ancianos, que un buen día decidieron destapar el cofre del cual salieron volando cinco palomas. La primera rumbo a Cuernavaca; la segunda a Yautepec; la tercera, se encaminó a Tlayacapan; la cuarta a Oaxtepec y la quinta se dirigió a Tlalmanalco.

En la caja sólo quedaron cinco piedras como símbolo de aquel tesoro.

Dicen que por eso el pueblo perdió su riqueza, pero la magia del Tepozteco aún sigue ahí.


Fuente: Nélida Galván Macías – Mitología de América para niños.

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