La llama doble. Indagaciones sobre el amor






El amor es tema recurrente e inagotable en todas las creaciones y manifestaciones artísticas, quizá el más socorrido. Los poetas se han valido de historias y hechos amorosos; desde Homero, erotismo y poética están entrelazados.


Los mitos se nutren de la pasión amorosa que casi siempre encontramos en medio de la trama y su desenlace; trovadores y juglares cantaron sus vicisitudes, proezas y tragedias; la pintura y la escultura lo recrean y rinden tributo, al igual que la música y la danza; grandes novelas giran en torno a una historia amorosa; los filmes de amor son innumerables; en los relatos y chismes sociales abunda y prima dicha temática; el amor, pues, ocupa nuestras vidas, energías y trabajos de manera singular y excepcional.

Tales manifestaciones artísticas elaboradas a lo largo de la historia de Occidente han marcado una tradición que trae aparejada una suerte de pautas, cánones, idealizaciones modélicas o paradigmas sentimentales que, vistas en conjunto, podemos designar como un ars armandi o ars amatoria – un arte de amar – que se ha ido decantando y configurando en el tiempo como proceso cultural específico y característico. No es casual, por ello, que muchos hombres de letras se hayan ocupado de estudiarlo y de reflexionar sobre esas representaciones y la pasión que les da sustento.

Erotismo y Amor: La Llama azul y la Llama roja.
Uno de los estudios más lúcidos, amenos, acuciosos, vívidos y eruditos que se han escrito al respecto es “La Llama doble – amor y erotismo – (1993), de Octavio Paz. El título se vale de una feliz metáfora a partir de la figura de la llama, que el “Diccionario de autoridades” designa como “la parte más sutil del fuego, que se eleva y levanta a lo alto en figura piramidal”; Paz la entrelaza para decir que: “El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”.

De esta manera, Paz nos conduce a distinguir entre sexo, erotismo y amor, como dimensiones diferenciadas pero al mismo tiempo entrelazadas e indisolubles del ser humano: el sexo como la más primitiva y animal; la erótica, como metáfora, sexualidad transfigurada; y el amor, considerado una sublimación poética y espiritual. No obstante, el amor desprovisto de erotismo y sexo no es tal.

Formalmente “La llama doble” es un ensayo en toda la extensión del término, es decir, se trata de un estudio riguroso tendiente a desentrañar, investigar, indagar, dilucidar y explicar un fenómeno, en este caso, el amor, la sexualidad y el erotismo. Octavio Paz, erudito universal como pocos en su época, manejó este género magistralmente, pero le añadió  un incomparable estilo literario del que en su calidad de poeta no puede prescindir. Así pues, sus páginas están pobladas de prosa poética, que enriquece nuestra experiencia cognitiva iluminándola metafóricamente.

Uno de los primeros asuntos de los que se ocupa es la relación que existe entre poesía y erotismo: “Fusión de ver y creer. En la conjunción de estas dos palabras está el secreto de la poesía y el de sus testimonios: aquello que nos muestra el poema no lo vemos con nuestros ojos de carne sino con los del espíritu. La poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio. El testimonio poético nos revela otro mundo, el mundo otro que es este mundo. Los sentidos, sin perder sus poderes, se convierten en servidores de la imaginación y nos hacen oír lo inaudito y ver lo imperceptible. ¿No es esto, por lo demás, lo que ocurre en el sueño y en el encuentro erótico?”.

Erotismo, invención incesante.
Dicho lo anterior, el autor traza una línea divisoria: “Ante todo, el erotismo es exclusivamente humano: es sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad de los hombres. La primera nota que diferencia al erotismo de la sexualidad es la infinita variedad de formas en que se manifiesta, en todas las épocas y en todas las tierras. El erotismo es invención, variación incesante; el sexo es siempre el mismo. […] En todo encuentro erótico, hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación, el deseo. En el acto erótico intervienen siempre dos o más, nunca uno. […] Las ceremonias y juegos eróticos son innumerables y cambian continuamente por la acción constante del deseo, padre de la fantasía. […] Los animales se acoplan siempre de la misma manera; los hombres se miran en el espejo de la universal copulación animal; al imitarla, la transforman y transforman su propia sexualidad.”

Más adelante, Paz se ocupa de dilucidar sobre la necesidad de las sociedades para establecer reglas que canalicen el instinto sexual y las protejan de sus desbordamientos. En todos los grupos sociales se establecen prohibiciones y tabúes destinados a regular el instinto sexual; sin esas reglas la familia se desintegraría y con ella la sociedad entera. El tabú del incesto, el contrato matrimonial, la castidad en algunos grupos especialmente religiosos, la legislación sobre burdeles o prostitución, la prohibición de la violación o estupro, etcétera.

Occidente y el amor cortés.
La idea del amor adoptada por la sociedad occidental – que no el sentimiento que es universal – nace o surge del amor cortés practicado en Provenza entre los siglos XI y XII, pues como dice Paz, “…a veces la reflexión sobre el amor se convierte en la ideología de la sociedad; entonces estamos frente a un modo de vida, un arte de vivir y morir. Ante una ética, una estética, una etiqueta: una cortesía, para emplear el término medieval.”.

El llamado amor cortés surgió en el sur de Francia, en la región cultural, más que política, genéricamente conocida como Occitania, que entonces – siglos XI al XIII – no formaba parte de Francia, era un conjunto de principados, ducados y condados con lengua y cultura propias, independientes y hasta analógicos con el reino francés. Más bien, Occitania estaba vinculada con Provenza, ducado de Aquitania, y con el condado de Barcelona, el reino de Aragón y la Liguria italiana, con quienes mantenía estrechos vínculos culturales y alianzas dinásticas y políticas.

En las cortes provenzales – al sur de la actual Francia – donde nació el amor cortés se hablaban la lengua de Oc y el provenzal. Por ese entonces y en el mismo entorno también nació la tradición trovadoresca, la cual floreció de la mano del amor cortés. Los iniciales trovadores – poetas y cantantes o cantautores – empleaban la lengua de Oc y el provenzal.

Sobre el amor cortés, dice Paz: “El siglo XII fue el siglo de nacimiento de Europa; en esa época surgen lo que serían después las grandes creaciones de nuestra civilización, entre ellas dos de las más notables: la poesía lírica y la idea del amor como forma de vida. Los poetas inventaron al ‘amor cortés’. Lo inventaron, claro, porque era una aspiración latente en aquella sociedad.”

En menos de dos siglos – sigue nuestro autor – estos poetas crearon código de amor, todavía vigente en muchos aspectos, y nos legaron las formas básicas de la lírica de Occidente. Tres notas de la poesía provenzal: la mayor parte de los poemas tiene por tema el amor; este amor es entre hombre y mujer; los poemas están escritos en lengua vulgar.” Muchos de ellos en la lengua de Oc. “Poemas no para ser leídos sino oídos, acompañados por la música, en el coure del castillo de un gran señor. A quienes componían y cantaban tales poemas se les llamó trovadores – troubadours –, iniciándose así una rica tradición europea.

“La aparición del ‘amor cortés’ sería inexplicable sin la evolución de la condición femenina. Este cambio afectó sobre todo a las mujeres de la nobleza, que gozaron de mayor libertad que sus abuelas de los siglos obscuros. La historia del amor es inseparable de la historia de la libertad de la mujer.” No es ocioso afirmar que tal libertad de las mujeres en Occidente contrasta con el sometimiento que aún sufren las mujeres de países islámicos y en otros del Lejano Oriente.

Nuestra imagen del amor.
Es pertinente destacar lo que Paz llama “los elementos constitutivos de nuestra imagen del amor” y que agrupa en cinco notas características. La primera es la exclusividad: “El amor es individual o, más exactamente, interpersonal: queremos únicamente a una persona y le pedimos a esa persona que nos quiera con el mismo afecto exclusivo. La exclusividad requiere la reciprocidad, el acuerdo del otro, su voluntad. Así pues, el amor único colinda con otro de los elementos constitutivos: la libertad.” El segundo elemento es de naturaleza polémica: el obstáculo y la transgresión: “El diálogo entre el obstáculo y el deseo se presenta en todos los amores y asume siempre la forma de un combate”.

“El obstáculo y la transgresión están íntimamente asociados a otro elemento también doble: el dominio y la sumisión. […] El amor ha sido y es la gran subversión de Occidente. Como en el erotismo, el agente de la transformación es la imaginación. Sólo que, en el caso del amor, el cambio se despliega en relación contraria: no niega al otro ni lo reduce a la sombra sino que es negación de la propia soberanía. Esta autonegación tiene una contrapartida: la aceptación del otro”. Este reconocimiento es voluntario, es un acto libre.

Estas reflexiones del gran Octavio Paz en su hermoso y luminoso libro La llama doble, invitan al lector a adentrarse en esta rica experiencia espiritual, estética, vivencial y cognitiva. 


Fuente: Revista Algarabía No.123

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