Imperio Holandés






Hacia el año 800, el actual territorio de los Países Bajos formaba parte del Imperio de Carlomagno. Tras su muerte, el Imperio se desintegró, y en el 843 el Tratado de Verdún impuso su división en tres zonas. Los Países Bajos se englobaron inicialmente en Lotaringia y, en el 925, una parte del territorio pasó a depender del Sacro Imperio Romano Germánico. En ese momento no existía un Estado holandés y las lealtades inmediatas de los habitantes eran para los señores locales. A lo largo de los siglos siguientes toda la región, incluso la actual Bélgica, pasó a ser conocida como Países Bajos.


Durante los siglos IX y X, los invasores vikingos (procedentes de Escandinavia y Dinamarca) invadieron con frecuencia las zonas costeras, navegando río arriba en busca de botín. La necesidad de un sistema más fuerte de defensa contra tales intrusos llevó a un progresivo aumento del poder de los mandatarios locales y de la nobleza. Al mismo tiempo, artesanos y mercaderes se asentaron en las ciudades, cuya importancia económica aumentó, y mejoraron sus defensas. El desarrollo gradual de ciudades poderosas fue una característica de la historia holandesa durante los siglos XII, XIII y XIV, y el territorio se convirtió en un importante enclave comercial. Bajo la gestión de ricos mercaderes, las ciudades comenzaron a amenazar el poder de los nobles que gobernaban el campo. Los mercaderes a menudo respaldaron a gobernantes regionales en sus campañas contra los vasallos más rebeldes, lo que les permitió obtener de ellos privilegios para promocionar el comercio, reforzar las ciudades y afianzar su posición en el gobierno de éstas.

A comienzos de la Edad Media se establecieron poderosas entidades políticas, como los condados de Flandes y Holanda, el obispado de Utrecht y los ducados de Brabante y Güeldres. No obstante, en el norte los frisones se resistían a ser sometidos por un mandatario regional y continuaron obedeciendo a sus propios mandatarios. La asociación de los Países Bajos con el Sacro Imperio Romano fue en gran parte nominal durante la Edad Media. Existían contactos comerciales con ciudades costeras alemanas del este, como Bremen y Hamburgo, pero la más importante influencia cultural venía de Francia.

A través de matrimonios, conflictos bélicos y maniobras políticas, la mayor parte de la región que en la actualidad comprende los Países Bajos (Holanda, Utrecht, Brabante Septentrional y Güeldres) pasó a manos de los duques de Borgoña durante el siglo XV y comienzos del XVI. Hacia mediados del siglo XVI, esta área, que comprendía también la tierra de los frisones, estaba bajo el control poco rígido del emperador Carlos V, un miembro de la Casa de Habsburgo que también era rey de España. No obstante, en 1555 Carlos cedió el trono de España y el gobierno de los Países Bajos a su hijo, Felipe II, que era español por nacimiento y educación y sentía poca simpatía por sus territorios del norte de Europa. Su mandato autoritario, en especial en temas religiosos, llevó a la guerra de Independencia que libraron los holandeses desde 1568 a 1648 contra España, entonces el Estado más poderoso de Europa.

El descontento político entre los Países Bajos y España coincidió con el desarrollo de la Reforma protestante, contra la que Felipe II resolvió luchar de forma decidida. El calvinismo, un movimiento protestante, ganó terreno con rapidez durante este periodo, en especial en los Países Bajos, donde sus partidarios establecieron una Iglesia bien organizada que amenazaba el poder de la Iglesia católica. En 1566, se extendieron por todo el país las revueltas, en las cuales la muchedumbre adoptó posturas iconoclastas y saqueó varias iglesias católicas. Como respuesta, Felipe II envió a los Países Bajos tropas españolas bajo el mando de Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba. La política represiva del duque dio lugar a una revuelta abierta en los Países Bajos dirigida por Guillermo de Orange-Nassau, uno de los principales nobles de la región. La vehemencia de los tercios españoles hizo que los holandeses concentraran sus esfuerzos en las provincias del norte. Después que las tropas navales de Guillermo (que eran conocidas como los mendigos del mar) se apoderaran del puerto holandés de Brill (Brielle) en 1572, los rebeldes tomaron el control de la mayor parte de las ciudades del norte, que se convirtieron en la base de la revuelta. Guillermo trató de mantener la unidad de las provincias del norte y del sur, pero fue incapaz de frenar la brillante campaña de reconquista encabezada por un nuevo comandante español, Alejandro Farnesio.

En 1579, se estableció la Unión de Utrecht, una alianza antiespañola de todos los territorios del norte y algunos del sur. Además de sus implicaciones políticas, la Unión significó la división entre las provincias del norte de los Países Bajos (que pasaron a estar bajo dominio protestante y que más tarde se convertirían en las Provincias Unidas) y las del sur, que eran mayoritariamente católicas y que años después conformarían Bélgica. En 1581, las provincias que integraban la Unión de Utrecht proclamaron su independencia de España. Posteriormente, las derrotas sufridas en el enfrentamiento con España y la pérdida de Guillermo, que fue asesinado en 1584, hicieron que hacia 1585 los españoles hubieran reconquistado prácticamente todo el sur, incluso el importante puerto de Amberes. No obstante, la evolución de la guerra se volvió en favor de los sublevados. Desde 1585 hasta 1587, los ingleses enviaron tropas para ayudar a la causa insurgente y, en 1588, derrotaron a la Armada Invencible, una victoria que debilitó, por un tiempo, la capacidad militar española. Hacia 1600, las tropas españolas fueron desalojadas de las siete provincias que formaban la Unión de Utrecht.

Desde 1609 hasta 1621, entró en vigor una tregua entre españoles y holandeses. Al finalizar la Tregua de los Doce Años, la guerra continuó, alternándose victorias y derrotas para los insurgentes, hasta que en 1648 los españoles firmaron el Tratado de Münster, por el cual se reconocía la soberanía de la República de las Provincias Unidas. De este modo, los holandeses rompieron todos los lazos teóricos con España y el Sacro Imperio Romano Germánico y se convirtieron en uno de los grandes poderes en la Europa continental, una república en medio de monarquías.

A comienzo del siglo XVII, cuando estaba asegurada de manera definitiva la independencia holandesa, se abrió una era de gran prosperidad comercial que tuvo su correlación con la llamada ‘edad de oro del arte holandés’, con pintores como Rembrandt y Jan Vermeer. Hacia mediados del siglo XVII, los Países Bajos eran el principal poder comercial y marítimo de Europa, y Amsterdam, el centro financiero del continente.

Alrededor del 1600, una expedición mercantil compuesta por tres buques zarpó de Amsterdam hacia Java. Ésta fue la primera de las numerosas travesías que dejaron nombres geográficos holandeses esparcidos por todo el mundo (desde Spitsbergen hasta el cabo de Hornos, y desde Staten Island hasta Tasmania) y que permitieron el establecimiento o adquisición de muchas factorías comerciales en África, Sureste asiático y América.

En 1602, el Parlamento holandés concedió a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales un fuero (derechos o privilegios) que le daba el monopolio comercial con todos los países al este del cabo de Buena Esperanza, en África, y al oeste del estrecho de Magallanes, en Sudamérica. El fuero también concedía otros muchos poderes a la Compañía, como el derecho de librar una guerra y concluir la paz. La Compañía de las Indias Orientales, fundada en 1621, estableció colonias en las Indias Occidentales (hoy las Antillas), Brasil y América del Norte.

En el Lejano Oriente, la Compañía se estableció primero en las Molucas (o islas de las Especias) y posteriormente en Java occidental, donde Batavia (la moderna Yakarta) se convirtió en el centro de las actividades de la Compañía, dedicada sobre todo al comercio y al establecimiento de factorías comerciales. Posteriormente, ante la necesidad de mantener un ambiente pacífico que favoreciera el desarrollo comercial, el mandato holandés se impuso sobre los territorios que hoy llamamos Indonesia.

Holanda había perdido ya su protagonismo en América, suplantada por los ingleses, que se apoderaron de sus colonias en Norteamérica. La Nueva Holanda antártica fue recobrada por los portugueses y la Compañía de las Indias Occidentales propugnó, desde entonces, una política de sostenimiento de pequeñas claves de comercio y contrabando, en vez de la posesión de grandes colonias, que resultaban muy costosas de defender. Fue una buena política, dicho sea de paso, porque le permitió obtener excelentes ingresos, dominando cómodamente una parte del comercio indiano, sin necesidad de sufragar la construcción de fuertes y el mantenimiento de tropas. El complejo colonial americano de Holanda se limitó a San Eustaquio, las llamadas Islas Inútiles y a la Guayana. Las Islas Inútiles, llamadas así por los españoles que fueron incapaces de sacarles un buen rendimiento, se transformaron en manos de los holandeses en verdaderos emporios comerciales. A Curaçao, Aruba y Bonaire llegaron en busca de sal, como vimos anteriormente, pero pronto comprendieron que eran mucho más rentables transformadas en tiendas abiertas frente al escaparate productivo que las rodeaba. Las surtieron de toda clase de géneros e incluso esclavos, y pronto llegaron a ellas balandras de la cercana costa venezolana con cacao, azúcar, algodón, frutas, legumbres, etc., que intercambiaban por manufacturas. En Curaçao, donde no había cultivos a causa de la aridez del suelo y la falta de agua, se conseguían ajos, cebollas, cazabe, cítricos, etc. aparte de holandas, bretañas, paños ingleses, etc.

Los holandeses practicaron luego un contrabando agresivo, llevando sus balandras cargadas de productos hasta la costa atlántica colombiana, las grandes Antillas españolas, Centroamérica y la costa atlántica mexicana. Los corsarios españoles de Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo, etc. trataron de obstaculizar este contrabando, especialmente después de 1718, lo que motivó muchas reclamaciones por parte de los gobernadores de Curaçao y hasta de los mismos Estados Generales. El Gobernador de Curaçao Jan Noach Du Fay llegó a considerar que las acciones de los corsarios españoles eran propias de piratas y perturbadores del bien común y se puso de acuerdo con su colega, el Gobernador de Jamaica, para organizar una flotilla que limpiara el Caribe de ellos. Los Estados Generales tomaron cartas en el asunto protestando en 1725 y, finalmente, ingleses y holandeses convocaron un Congreso en Soissons (1728) para estudiar el problema. Presentaron sus quejas e hicieron su solicitud al monarca español para que pusiera fin a dicho corso, pero no pudo llegarse a ningún acuerdo ya que no estaban dispuestos a renunciar a comerciar en la América española, única fórmula que Felipe V estaba dispuesto a aceptar. Tras el Congreso, los holandeses e ingleses reanudaron el contrabando con mayores bríos, y los españoles su corso, que motivó ya duros enfrentamientos por la presencia de los guardacostas de la Compañía Guipuzcoana (creada en 1728), a la que la Corona le había encargado el comercio de Venezuela y la represión del contrabando. En uno de los meses de 1733, estos guardacostas apresaron nueve barcos holandeses y luego, entre febrero y mayo de 1734, cinco balandras holandesas, lo que da idea del contrabando existente. La Guerra de la Oreja tampoco resolvió nada y los holandeses pudieron seguir contrabandeando desde Curaçao sin mayores problemas hasta fines de la dominación española en América. Sus islas fueron invadidas por los ingleses durante las guerras napoleónicas, siendo después restituidas. San Eustaquio no formaba parte de este complejo, pues era una isla situada en el Caribe Oriental. Fue gran plataforma para el negocio negrero durante todo el siglo XVIII, además de un importante centro de contrabando (era puerto libre) con Centroamérica y un apreciable centro azucarero.

La colonia holandesa de la Guayana prosperó gracias al contrabando y al cultivo de algunos productos tropicales. La colonia pertenecía a una Compañía Privilegiada, que autorizaba el intercambio con toda clase de buques y naciones. Su principal negocio era comerciar con Curaçao y con la Guayana venezolana. La llegada de colonos holandeses procedentes de Brasil mejoró los cultivos de azúcar, cacao, café y algodón. En 1770, había unas seiscientas plantaciones y gran número de esclavos, lo que permitió exportar productos coloniales a Holanda. Casi un centenar de buques de la metrópoli recalaban por entonces en sus puertos en su ruta a Curaçao. En la década de los setenta, la colonia tenía ya unos 80.000 habitantes, de los que unos 5.000 eran blancos. El resto era población de color, fundamentalmente esclava. Su capital Paramaribo era un próspero centro comercial, con casi dos mil blancos. Surgieron entonces levantamientos de cimarrones, para dominar a los cuales fue preciso pedir ayuda a los Estados Generales. La campaña contra los esclavos alzados duró cinco años y terminó cuando se logró expulsarles a la Guyana Francesa. La Guayana revirtió a los Estados Generales en 1791. Cinco años después fue invadida por los ingleses, que restituyeron el dominio en la paz de Amiens. Nuevamente invadida por los británicos en 1803, quedó luego cercenada, pues los ingleses sólo cedieron Surinam a los holandeses, quedándose con el resto para formar la Guayana Británica.



Fuente: Microsoft Encarta 2001

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